¡MÉXICO ESTÁ DE PIE Y DE FIESTA!

¡MÉXICO ESTÁ DE PIE Y DE FIESTA!

Estamos apenas a unos días de que todos los mexicanos nos pongamos de pie al grito de "¡Viva la Virgen de Guadalupe!", ¡Viva la Reina de México!

Seguramente los Obispos, Sacerdotes, Seminarios, Congregaciones y las familias católicas de aquí y del extranjero ya están colocando rosas, velas y luces a la bendita Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe para manifestar a nuestra Madre celestial todo su amor y gratitud por tantos favores y milagros concedidos.

Si la Virgen de Guadalupe nos ha acompañado por 490 años, es decir 178,850 días y noches desde la cumbre del Tepeyac, orientándonos, protegiéndonos y compadeciéndose de nuestras necesidades espirituales y temporales, ¿cómo no habríamos de pagarle al menos una vez al año, con grandes muestras de júbilo?

¡Cuántas procesiones tan conmovedoras desde los más lejanos rincones de la Patria se dirigen a la Villa de Guadalupe, cual hijos fieles!

¡Cuántos guadalupanos no transitan, corren o caminan por llegar a besar los pies de "La Morenita"?

¡Cuántos mexicanos de todas las clases sociales, culturales, económicas no van a ofrendarle sus corazones!

¡Cuántos devotos, viejos y jóvenes, sanos o enfermos, caminantes o en silla, no van a tributarle su amor!

¡Cuántos grupos, talleres, instituciones, comunidades, Parroquias, sindicatos, organizaciones, sociedades o empresas no van a encomendar a la Virgen sus proyectos y agradecer sus beneficios!

¡Cuántas familias no van a "pagarle" alguna manda por la salud recobrada, por un empleo encontrado, por un bebé bien nacido, por un hijo recuperado o convertido, por una familia nuevamente unida, por un amor recobrado, por el eterno descanso de sus seres queridos, por tantas luces y fuerzas recibidas...!

¡No! ¡Ningún mexicano puede ser indiferente ante una Madre que nos ha prometido siempre su amor y consuelo, a pesar de nuestra ignorancia y pobreza -como Juan Diego-, y a pesar de nuestra enfermedad y soledad -como Juan Bernardino-.

La Virgen de Guadalupe nos visitó en 1531 sin que lo mereciéramos, pero se compadeció de un pueblo valiente pero sometido cruelmente doscientos años antes; de un pueblo religioso, pero extraviado en cultos sanguinarios y canibalescos; de un pueblo inteligente y hábil, pero poco instruido; de un pueblo noble, pero desorientado; de un pueblo generoso, pero en algunos casos sin disciplina; un pueblo creyente, pero en dioses de piedra.

Por eso nos visitó María Santísima, porque quiso regalarnos el más valioso de los obsequios: la Fe verdadera, y además, para perfeccionar las bondades de nuestra raza indígena: religiosa, bravía, noble, generosa y sencilla.

Vio en la humildad, el candor, la pureza, la gratitud y la buena voluntad de Juan Diego, las virtudes que podía rescatar en los mexicanos y en los pueblos aborígenes de América. Y aunque, por desgracia, los mexicanos también adolecemos de defectos y vicios particulares, la Santísima Virgen nos ha demostrado que, a pesar de ellos, nos ama y nos ha protegido fielmente por casi cinco siglos.

¿Por qué no hemos de manifestarle nuestro amor a la Guadalupana si "Amor con amor se paga"?

Mexicanos, pongámonos de pie, y con el corazón en los labios, alabemos a la Virgen del Tepeyac con el grito de: ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Viva la Reina de México!

SAPIENTIA LDI

EDITORIAL