UN CONSEJO DE ANTAÑO

Cuando era joven y leía las Sagradas Escrituras, no comprendía la cantidad de historias tejidas alrededor del pueblo de Israel. Un Sacerdote amigo mío, me dijo: "Para la salvación, no hay necesidad de comprender el Antiguo Testamento…Concéntrate en el Nuevo Testamento; ahí encontrarás el cumplimiento de todas las promesas y sus referencias en las historias del Antiguo".
Y sí, encontré en el Nuevo Testamento, una claridad diáfana del papel de Jesucristo en la historia de la humanidad. ¡Él es el parteaguas de la salvación!
Un Dios encarnado era difícil de concebir. Al ver la naturalidad del pueblo católico ante semejante portento, en el que a muchos les parecía indiferente, pensaba yo: "Éstos no tendrán sangre en las venas. ¿Qué acaso no comprenden la enormidad de la Encarnación del Verbo?... Es para vivir la vida postrados de hinojos. Ninguna comparación con las obras humanas; todo queda deslumbrado. ¿Llegar a la Luna?... ¿qué es esto ante el horizonte de la vida eterna?".
Entonces, alguien me aconsejó: "Cuando ores con el Antiguo Testamento, siempre pon el Nombre de Cristo como protagonista; a Él se refieren los Libros Sapienciales. Todo ese Testamento está desbordante de anuncios y promesas que se refieren a Él…
Efectivamente, al releerlo, todo tomó sentido: el personaje central es Cristo y los demás, son figuras prometedoras de su próximo Nacimiento, Vida y Pasión. Cristo fue y es la bisagra de la Historia.
¡Él es el centro y motor del Universo!