LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO (II): DOCILIDAD

01.02.2023

La extraordinaria conversión de San Pablo del Judaísmo al Cristianismo, supuso dos acciones, una divina y otra humana.

La predilección de Dios por este celoso y sincero creyente es manifiesta, pero está fuera del objetivo de este breve artículo y lejos de un justo juicio. Sin embargo, lo que corresponde a la parte humana de su conversión, es decir, a las disposiciones de su libre voluntad, es algo de lo que nos proponemos compartir.

Ya destacamos que la sinceridad de Saulo en sus creencias religiosas fue bien vista por Dios, pues Él siempre ve con buenos ojos a hombres y mujeres de buena voluntad, y quizá hasta los considere para misiones tan altas como es el caso del más grande Predicador cristiano de todos los tiempos.

¿Qué virtud practicó primero Saulo para seguir a Cristo?... La Docilidad, pues de lo contrario, no hubiera doblegado su sólida cultura y su aguerrida voluntad ante Quien lo llamaba. Antes de que Saulo fuera derribado de su caballo, rumbo a Damasco, Jesús era considerado por los fariseos como el enemigo número uno -por eso lo crucificaron-, su nombre era aborrecido y sus seguidores perseguidos.

¿Cómo fue que Saulo, tan pronto se incorporó, obedeció la orden que Jesús pronunció durante el estruendo de un rayo?...

Porque su mente quedó subyugada por la Verdad personificada en Jesucristo y su voluntad le siguió, le obedeció, es decir, fue dócil a la Voz de Dios y de su conciencia: oró, ayunó por tres días, recibió el Bautismo de manos de Ananías, se puso a predicar ahí mismo, en Damasco, que Jesús, el Crucificado, ¡era el Hijo de Dios!

La Docilidad mueve nuestra voluntad para aceptar con suavidad las inspiraciones divinas. No basta escuchar la Palabra de Dios... ¡Tantas veces la hemos escuchado y nuestro corazón se cierra a ella! ¿Por qué? Porque la consideramos difícil de creer y de cumplir, porque nos parece obsoleta en este mundo moderno, liberal y anticristiano del siglo XXI, porque creemos que es Dios quien debe ajustarse a nuestros pensamientos, voliciones, sentimientos, gustos, deseos y caprichos.

La Docilidad es una virtud esencial en nuestra propia conversión pues ella nos ayudará a que no sea tan difícil el cambio, volvernos a Dios, dejar aquel vicio u ocasión de pecado (la vida cómoda, la bebida, el mal vestir, los malos amigos, el internet, una relación peligrosa, etc.)... Sí cuesta ¡y mucho! Pero la docilidad nos ayudará a suavizar lo petrificado del corazón a causa del pecado.

El Espíritu Santo nos inspira pensamientos claros y buenos. Para escucharlos mejor, quizá nos hace falta momentos y espacios con menos ruido como la soledad del cuarto, de la Iglesia o del confesionario...

Pero no olvidemos algo: la docilidad es tanto más efectiva cuanto más rápido actuemos. No cuestionemos las inspiraciones que Dios nos manda; ¡ejecutémoslas de inmediato!, tal como nos enseñó San Pablo.