CRÓNICA DE UNA PANDEMIA ANUNCIADA
Era el mes de diciembre del ya lejano 2019. Desperté sin imaginar que, en unos cuantos meses más, la vida y el mundo jamás volverían a ser iguales. Me levanté sin creer que el cubrebocas se convertiría en mi pase de entrada a una tienda, una plaza o al lugar de trabajo. Nunca, ni en los sueños más locos, pude haber pensado en una "Nueva Normalidad", en una "Sana Distancia" o en inocularme una, dos o hasta tres veces para, de todos modos, tener el mismo riesgo de enfermarme, pero "solo poquito".
Llené mi taza de café, tomé mi celular, abrí mis redes sociales y me di cuenta que se hablaba de un nuevo y extraño virus en Oriente, muy lejos de donde me encontraba. En la televisión, por más que cambiaba de canal, el tema de conversación era ese "bicho".
Así transcurrieron al menos 12 semanas: entre un ambiente alarmista, mucha incertidumbre y un virus "incontrolable" que rápidamente conoció muchos rincones del planeta, aún sin tener visa ni pasaporte. Los diarios y noticieros comenzaron a inundarse debido a lluvias torrenciales de cifras, porcentajes y proyecciones de muertes. Al unísono repetían que nos encontrábamos en medio de una pandemia muy peligrosa y nos llenaban de miedo, pero nos "confortaban" señalando que las autoridades ya sabían cómo cuidarnos y la situación estaría bajo control si atendíamos sus indicaciones. De esa manera, llegamos al uso obligatorio del cubrebocas hasta para ir al baño. No importa si eran de tela o cualquier material, ése era nuestro "escudo" y me hacía sentir más seguro porque en la radio y en la tele me lo decían. Comenzamos una primera cuarentena que, de acuerdo a los "expertos", sería durante solo 15 días. ¡Vaya sorpresa! Llevamos varias "cuarentenas" o confinamientos y parece que de nada han servido...
Como buen ciudadano responsable, acaté las medidas sin cuestionarlas: portaba el cubrebocas en todo momento, hasta cuando manejaba, caminaba o corría solo por la calle, a pesar de que el virus solo se transmite de persona a persona a través de saliva, mocos, etc.; aceptaba gustoso el gel antibacterial a cada paso que daba con la esperanza de volver pronto a la normalidad.
Descargué Rappi, UberEats y todas esas plataformas confiando en lo que me habían dicho: estaría más seguro sin salir de mi casa y no tendría contacto con más gente, entonces no me enfermaría. Pero al usarlas, se me presentó una gran interrogante: ¿Por qué iba a ser más "seguro" pedir a domicilio y que mi comida fuera manipulada por un repartidor que tendría contacto con varios clientes antes que yo?
Pero me tranquilicé al recordar que podía ser parte de ese 30 o 40% de aforo aprobado por el gobierno en un restaurante, y "salvarme" de contagiarme a pesar de esperar afuera en la apretada fila junto a todos, pero entraba al lugar con mi cubre bocas, me lo quitaba al sentarme a comer y me lo colocaba para ir al baño o salir del lugar. Así también en los bancos, el supermercado y en los aviones.
Sin embargo, poco a poco me fui sintiendo solo. Las video llamadas no llenaban el vacío. Quería ir a visitar a mis familiares y amigos; tener esas carnes asadas y largas charlas de fin de semana, pero no podía. Ir a visitarlos ponía en riesgo su vida a pesar de que yo no estuviera infectado, según me lo recordaban cada 5 minutos el gobierno y los medios de comunicación.
Luego vino la noticia tan esperada: por fin había vacunas contra el Covid. Me alegré al saberlo, porque por fin se acabaría el molesto uso del cubrebocas y recobraría "mi libertad"... Pero me llevé una gran sorpresa: tenía que inocularme una vacuna que se encontraba en fase experimental, y que no era 100% efectiva. Aun así, seguí confiando en las autoridades y accedí a ponerme las dos dosis. Mágicamente, a pesar de que los centros de vacunación estaban "a reventar", no había riesgo de contagio, porque parecía que el virus identificaba que ahí cerca se encontraba la vacuna y no se asomaba, solo "aparecía" en las reuniones familiares, en las fiestas y en la Iglesia. Pero me sentí timado. Aún después de ponerme ambas dosis, tenía que seguir cuidándome y usar el cubrebocas porque todavía no estaba totalmente protegido.
Ese virus extraño que apareció en Oriente era muy listo. Atacaba a las personas por rangos de edad; primero atacó a los más viejos, y así sucesivamente. Como las personas ya teníamos un par de dosis de la vacuna, el "bicho" mutó y surgieron variantes más contagiosas, pero menos mortales. Habían pasado algunos meses de relativa calma; la luz parecía asomarse al final del túnel. Pero... volvió el estado de alarma, ese que tanto parecía gustarles a las autoridades y medios masivos de comunicación, pues cada cierto tiempo lo retomaban. Nos habíamos mantenido a flote durante tres olas de contagios y ya contábamos con nuestras vacunas, pero ahora los medios y las autoridades en las que tanto habíamos confiado, nos dijeron que sería necesario un refuerzo para reducir el riesgo de contagio porque ahí venía la cuarta ola. La OMS, que en un principio había dicho que con las vacunas terminaría la pandemia, ahora salía a decir que la vacunación ¡no pondría fin a la situación de emergencia! Ahí fue cuando empecé a cuestionarme: ¿Entonces de qué habían servido todas las medidas que nos hicieron tomar durante estos últimos dos años?, ¿No había servido de nada que mi pequeño negocio quebrara bajo la premisa de buscar la salud mundial?, ¿Tampoco había servido renunciar a divertirme, a mi familia y amigos?, ¿Entonces por qué me vacuné 3 veces si de todas maneras no iba a estar protegido?
Resulta que a pesar de haber usado el cubrebocas a todas horas, lavado mis manos con gel, pisado el tapete sanitizante mil veces y haber recibido 3 dosis de una vacuna experimental, todavía no podía hacer mi vida normal y sin miedo, porque todavía no estaba protegido. Yo, que me consideraba un ciudadano responsable que me cuidaba y cuidaba a los demás, ¿Hasta qué número de dosis alcanzaré el 100% de inmunidad?, ¿Hasta los cuantos confinamientos podré ir libremente sin responder miles de cuestionarios y escanear Códigos QR para dar mis datos y tener permiso de viajar?, ¿Hasta cuándo se terminará una pandemia cuyo origen no está claro?, ¿En quién podemos confiar? Pues nada de lo que nos han dicho los "expertos" o gobiernos ha servido... ¿Cuántas olas más faltan?, ¿Hasta cuándo terminará este mal sueño que empezó una noche de diciembre del 2019?
Sin embargo, como se dice por ahí: La noche es más oscura justo antes del amanecer. Por eso, la esperanza morirá al último.