¿Qué hacer ante la caída del Orden Romano?

02.02.2022

Es indiscutible que el deterioro moral y social ha escalado de una forma ininterrumpida durante el tiempo que llevamos de este siglo. Los viejos se quejan de la falta de respeto hacia ellos, mientras que los jóvenes se han vuelto más hedonistas que las generaciones pasadas. Podríamos describir en una forma cruda y descarada las manifestaciones de esta pérdida de valores, pero la idea de esta colaboración no es escandalizar, sino reflexionar.

Primero debemos estar conscientes que este deterioro no es fortuito, sino planificado con mucha antelación y data de más de 200 años. Sin ser partidario de las exageraciones, podemos decir que estamos en el "round final" de la lucha entre el bien y el mal. Es lo que bíblicamente se le conoce como "Misterio de Iniquidad" y se remonta hasta el origen de la humanidad.

Estas dos fuerzas han luchado denodadamente y el mal se extendió por todo el orbe en las antiguas civilizaciones, hasta casi abarcarlo todo.

Pero había una promesa hecha por Dios, el cual eligió a Israel como "su pueblo" y en él depositó el germen de la Redención... hasta que llegó la manifestación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad a rescatar a la humanidad, a "religar" a la creatura con su Creador, "desde la terrible caída en el Paraíso terrenal".

Desde entonces existen dos ciudades conviviendo entre ellas, que como dice San Agustín, son: la ciudad terrena y la ciudad de Dios. Así las denomina San Agustín a estos dos estados de la naturaleza humana; por un lado, están la mayoría de las personas que se comportan de forma egoísta, que actúan en su propio beneficio y dejan a Dios de lado, desprecian a Dios y se aman así mismos más que a Él. Estos son los habitantes de la ciudad terrena. Y, por otro lado, la ciudad de Dios , que habla de los hombres que aman a su Creador.

La Ciudad de Dios (De civitate Dei) es una obra escrita por San Agustín en 22 libros, realizada entre 412 y 426 D.C.

La idea de San Agustín es, entonces, que el poder político y la justicia ejercidos en la ciudad de los hombres son poderes instituidos (no naturales) para regular las relaciones sociales entre los hombres que han heredado el pecado original y que tienden a la guerra en la búsqueda del poder y el dinero.

La Ciudad de Dios es el tratado más largo que nos ha legado la antigüedad grecorromana. En la segunda parte de la obra que va del libro XII al libro XXII, es donde San Agustín expone la división entre la "ciudad de Dios" y la "ciudad de los hombres".

Desde el libro XI al XIV, trata del origen de las dos ciudades, de acuerdo con el origen del mal a partir de la caída del primer hombre, Adán. Después, desde el libro XIV hasta el XVIII, hace un análisis histórico en el que expone lo que aparece relatado en la Biblia sobre la historia de Israel hasta el nacimiento de la Iglesia Cristiana, en donde se mantiene la diferencia de las dos ciudades (Roma e Israel) como hilo conductor.

Por último, desde el libro XIX hasta el XXII el tema es acerca de los fines de cada una de las dos ciudades y la Justicia Divina.

El sentido de hacer una historia de la caída del hombre como inicio de la segunda parte es mostrar que la "ciudad de los hombres" hace nuestra naturaleza pecaminosa. Para San Agustín, la falla del ser humano consiste en la confundir ambos términos: en concebir las cosas que sólo son de uso,(como los bienes materiales o el poder político), como si fueran cosas para eternizarse, o sea, como fines últimos; y viceversa, tratar las cosas que deben considerarse como fines trascendentes, (por ejemplo, las virtudes morales) como medios para lograr cosas que deberán ser de uso.

Pero las dos ciudades, la de Dios y la de los hombres, no están claramente delimitadas: su relación es de conflicto. San Agustín, a lo largo de su obra, ha tratado el problema de la voluntad humana y de la tensión entre la búsqueda de la felicidad verdadera dada por los objetos trascendentes y la búsqueda del mal encaminada a los objetos de uso. Así como el individuo libra una lucha interna entre su voluntad buena y su voluntad pecaminosa, así también la "ciudad de los hombres". Ésta es una dialéctica entre la búsqueda de la paz y la tendencia a la guerra, entre la justicia eterna y la justicia secular.

De la tesis de San Agustín no se desprende una defensa de la teocracia. Todo lo contrario: el autor es consciente de la necesidad del establecimiento de un orden civil en la "ciudad de los hombres" que regule los asuntos típicamente terrenales y facilite la convivencia entre los ciudadanos. Este orden es, distinto del que impera en la "ciudad de Dios", y entre ambas hay una situación de tensión, porque la "ciudad de los hombres" que aspire a ser verdaderamente justa debe tener en observación las leyes universales de la "ciudad de Dios" y debe generar sus leyes en relación con su situación particular, de lo que surge la diversidad de las órdenes políticas, pero siempre evitando contradecir la Ley Divina.

La Ciudad de Dios es una presentación de la historia de la humanidad gobernada por la Divina Providencia, pero actualmente dividida en dos amores. Y éste es el designio fundamental, su interpretación de la historia, la lucha entre dos amores: el amor a sí mismo "hasta el desprecio de Dios" y el amor a Dios "hasta el desprecio de sí mismo". "Éste es, tal vez, el mayor libro de San Agustín, de una importancia permanente", solía decir Joseph Ratzinger.

La Ciudad de Dios, es la primera gran obra de pensamiento político del periodo medieval, y es justo destacar este mérito. Los filósofos contemporáneos deberían tener más en cuenta este hecho, con frecuencia poco conocido.

La Ciudad de Dios es una metafísica de la sociedad, es decir, una determinación de lo permanente en lo mudable de la conducta humana, de las fuerzas secretas que deciden el diverso comportamiento de los individuos y naciones acentuando los elementos propiamente teológicos y bíblicos.

Para la época de San Agustín, Pastor de Hipona del Imperio Romano, su grandeza iba quedando en el recuerdo. El proceso de decadencia fue largo y tortuoso, pero el hecho que más impactó a los ciudadanos romanos, que llevaban ya varias generaciones asistiendo a este lento final, fue la invasión por parte de las tropas de Alarico, el Godo, a la ciudad de Roma.

En la actualidad, la decadencia moral, jurídica, política y social es una reedición de la caída del Imperio Romano nada más que ahora es el Orden Romano el que fenece. ¿Qué quiere decir esto? Que al orden impuesto por la Iglesia y sus instituciones desde los albores de la Edad Media, al dotar a los mismos con el concepto imperial, se le denomina "Orden Romano". Rescatado de las ruinas de Roma surge la Iglesia con todo su esplendor ejerciendo una influencia espiritual más fuerte que cualquier fuerza política. Y este orden es el que está en juego; es el orden que rescató la cultura greco-romana, dio estructura a sus instituciones, cristianizó a los bárbaros que destruyeron al Imperio Romano, y sobrevivió el espíritu cristiano del Orden Romano.

El Imperio Romano no fue destruido, fue cristianizado por la Iglesia y ha sobrevivido hasta la fecha... Pero la ciudad del hombre ha decidido acabar con la ciudad de Dios. De esa magnitud es la caída del Orden Romano...más terrible que la del Imperio.

Y la forma de destruir este Orden Romano es la "mentira", la verdad ha sido relegada y las mentiras políticas, filosóficas se han encaramado en la sociedad. Recuerden quién es el "Padre de la mentira" ... ha vuelto por sus fueros y ha hecho en este siglo, que la verdad sea considerada una mentira. Y en esta manifestación contraria a la verdad, a lo que se sabe, se cree o piensa, se oculta la realidad o la verdad en forma parcial o total.

Mentir implica falsear intencional y conscientemente. Ante esta realidad, en nuestro tiempo tenemos que acatar la mentira como si fuera una verdad...porque la mentira ha oficializado qué es verdad y qué es mentira... y hasta el Relativismo ha puesto en duda:

Nada es verdad, ni nada es mentira ... ¡todo es del color con el cristal con que se mira!.