¡TODA HERMOSA ERES...!
¡TODA HERMOSA ERES...!
Pocas veces nos detenemos a reflexionar en la verdadera hermosura. Humanamente, lo más hermoso que ha podido existir sobre esta tierra es el más excelente de los hombres (Sal. 45, 2), el Hijo del Hombre, Nuestro Señor Jesucristo quien, como Dios, también encarnó en su divina Persona, la Belleza absoluta de su Padre celestial. También en lo humano femenino, sólo existe una Mujer, la más hermosa de todas, porque es "bendita entre todas las mujeres": la Santísima Virgen María.
"¡Tota Pulchra es María!", canta con reverencia la Iglesia. "¡Toda hermosa es María!", simplemente porque es purísima, sin mancha alguna, incluso desde su Concepción, en el vientre de su madre, Santa Ana. Ella fue hermosa desde el primer instante de su ser natural porque, desde la eternidad, fue adornada perfectísimamente pues había de poseer el más digno de los títulos, el de "Madre de Dios". Si el Hijo de Dios era tan perfecto como su Padre, asimismo debía ser su bendita Madre. Creatura, sí, pero perfecta, sin mancha, pura… ¡hermosísima!
Las mil perfecciones que adornan a la Santísima Virgen, y que son la causa de su belleza sinigual, podrían resumirse en dos: pureza y humildad. Estas dos, por sí solas, constituyen la esencia de tal hermosura.
Si todos nosotros, varones o mujeres, tan inclinados a la belleza -real o a su caricatura-, comprendiéramos que la verdadera belleza radica, no en las prendas externas sino en el alma, que irradia la luz y esplendor nacidos de la semejanza con su Creador. Es decir, entre más identificada esté un alma con Dios y su divina Voluntad, más libre estará del pecado, más pura será y a la vez, más hermosa. Porque sus pensamientos serán como los de Él, amará lo que Él ama y como Él, y sentirá conforme a la Caridad divina.
María Santísima, libre del pecado original desde el primer momento de su existencia, fue un espejo de la Santidad divina porque toda su vida vivió de acuerdo al Fiat que expresó en la salutación angélica: Hágase en Mí según tu palabra.
Católicos, preparémonos piadosamente a celebrar en unos días, a la Inmaculada Concepción de María, con un alma dispuesta, no sólo a contemplar la exquisita hermosura de la Virgen María sino, sobre todo, a honrar con la emulación de su pureza y humildad, a la Tota Pulcra.