QUIÉN ES DIOS

¿QUIÉN ES DIOS?

Según el Catecismo del Padre Jerónimo Ripalda, a la pregunta ¿Quién es Dios?, responde: "Dios es la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero".

Así es como se define el primer artículo del Credo acerca de Dios, verdad que es un verdadero Misterio de Fe.

¿Qué es un Misterio de Fe? Un misterio, el diccionario lo define como un hecho o cosa cuya naturaleza, causa, origen o razón de ser no tiene explicación o no se puede entender. Wikipedia la define como algo muy difícil de entender, algo extraño e inexplicable para comprender o descubrir por lo oculto que está.

Para el caso creo que las dos definiciones tienen razón: el misterio no tiene explicación cabal por la razón por lo que tenemos que recurrir a la Fe... ¿Y qué es la Fe?

La Fe es una de las tres Virtudes Teologales. Así que para que Dios deje de ser un misterio, hay que acudir a la Fe. La Fe es creer en algo que escapa a los sentidos (al tacto, al olfato, a la vista, al gusto y al oído) y por lo tanto no se percibe en forma sensorial. Entonces, ¿cómo es posible conocer algo si no lo percibes por los sentidos? Por supuesto que además del conocimiento sensitivo existe el conocimiento intelectual por el cual podemos conocer la esencia de las cosas, empezando por la abstracción para terminar en la aprehensión de la idea universal o concepto. La intelección es posible porque poseemos tres facultades que Dios nos infunde en el alma al instante de la concepción: entendimiento, voluntad y memoria. Entonces, el hombre conoce y quiere, a semejanza como Dios conoce y ama, guardando lógicamente la abismal diferencia. Estas facultades intelectuales son las que nos permiten conocer y comprender, aunque parcialmente, el misterio de Dios.

El entendimiento es la facultad espiritual que te permite aprender, entender y razonar. Gracias al entendimiento aprehendemos la realidad a través de las ideas y gracias a la razón -modalidad de la misma facultad- es que relacionamos lógicamente las ideas y construimos argumentos ordenadamente. También, gracias al entendimiento, reflexionamos y discernimos a través de la conciencia. Todas estas "funciones" de la misma facultad intelectual son las que nos ayudan a conocer la realidad de lo que es el hombre -su origen y fin- y de lo que es Dios -su naturaleza y atributos-. Claro que Dios siempre será un misterio para el hombre mientras viva en la tierra porque siendo Inmenso Dios no cabe en los límites de la pequeña razón humana; si Dios cupiera en nuestro entendimiento, sería de la medida humana y no sería ni infinito, ni inmenso ni perfecto. El hecho de que el hombre no explique del todo a Dios, es una prueba a favor de la infinita perfección de Dios.

La voluntad, por su parte, es la facultad que nos permite amar el bien y decidirnos libremente por él. Esta capacidad, iluminada por la luz de la razón, nos hace tomar decisiones libres, que conllevan la responsabilidad y con ella el mérito o castigo según las obras, ya sea en la dimensión terrena o ultraterrena.

Con estas facultades superiores es que el hombre sí puede conocer a Dios -aunque no acabadamente- y sí puede amar a Dios, el Bien Supremo, con todas las fuerzas de su voluntad, si quiere conocer y si quiere amar. La memoria, aunque como facultad secundaria, es indispensable en la búsqueda de la verdad, en este caso de Dios, a partir de lo ya conocido.

Antes de la Encarnación del Verbo, los pueblos y naciones ponían su empeño en resolver la esencia y la existencia del hombre, su origen y su fin. Los que más se aproximaron a ello fueron los griegos de la Edad de Oro, donde una pléyade de filósofos intentó responder las máximas preguntas del homo sapiens: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Sin embargo, las mentes más brillantes de la antigüedad no lograron aproximarse ni remotamente a responder acertadamente a las más profundas inquietudes humanas, simple y sencillamente porque para saltar a lo sobrenatural y a lo divino, se requiere necesariamente de la Revelación, es decir, que Dios mismo le enseñe al hombre las verdades que por la sola razón nunca podría acceder.

¡Soy de Dios, vengo de Dios, voy a Dios!

El enfrentar estas contundentes respuestas del mismo dador de la vida, el hombre descansó en su búsqueda y se centró en poner en práctica la doctrina revelada en el Antiguo pero sobre todo en el Nuevo Testamento. En el Bautismo recibimos la Gracia y la semilla de la Fe para que podamos conocer y creer en Dios y en Su doctrina.

Sólo una correcta interpretación de la Palabra de Dios da respuesta a las más complejas inquietudes existenciales del hombre.

A la Memoria, al Entendimiento y a la Voluntad se oponen los recursos del inicuo y se han definido como los enemigos del alma: el demonio, el mundo (modas e ideologías) y la carne (sensualidad desordenada). Éste es el menú que el padre de la mentira nos ofrece para distraernos de nuestro último fin.

Afortunadamente, las Virtudes Teologales que Dios nos infunde a través de los Sacramentos, son la mejor medicina para nuestra inteligencia y voluntad para cultivar las todas las virtudes -Teologales y Cardinales- y orientarlas a su único fin último: Dios. La Iglesia nos enseña que la Fe, la Esperanza y la Caridad se infunden en el Bautismo e iluminan y fortalecen nuestro entendimiento y voluntad respectivamente. Estas virtudes constituyen, literalmente, un escudo efectivísimo contra las asechanzas del demonio. Así que no nos angustiemos; el ser hijos de Dios nos da la capacidad de conocer y creer en Dios a través de la Fe, de vivir la vida con la Esperanza que Él mismo nos ayudará a regresar con Él, y de amarlo a través del prójimo, por Sí mismo.

Aquí en el mundo tendremos que luchar contra el enemigo pero la victoria es segura si nos aferramos a la Palabra y a la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, quien instituyó la Iglesia como depositaria y administradora de Su doctrina y sacramentos. Al fin de cuentas, los Sacramentos son las armas y el boleto para entrar al Cielo donde conoceremos a Dios en toda su plenitud y no en las sombras como actualmente lo conocemos, sobre todo cuando el pecado nos nubla la razón.

Así que ¡animémonos! ¡Sursum Corda <<Arriba los corazones>>! Esforzémonos por conocer y amar a Dios con toda nuestra mente, todo nuestro corazón, todas nuestras fuerzas! 

SAPIENTIA LDI
EDITORIAL