MÁS SOBRENATURAL QUE TERRENAL

¡MÁS SOBRENATURAL QUE TERRENAL!

¿A dónde debe mirar más la Iglesia Católica?... ¿A lo celeste o a lo terreno? ¿Al Pan del Cielo o al pan de la tierra? ¿A librar a los hombres del pecado o de la pobreza?

Casi todos dirán que ambas cosas deben preocupar y ocupar a la Iglesia, ciertamente, pero no en la misma proporción ni orden; ambas tareas son buenas, pero una es mucho mejor y más sublime que la otra, ¡y no son excluyentes!; sólo subordinadas.

¿Cuál debe ser la primera misión de la Iglesia, salvar el alma o salvar el cuerpo? Nuestro Señor Jesucristo fue el primero en establecer una clara jerarquía: señaló que primero buscáramos el Reino de Dios y su justicia, y que luego se nos daría la añadidura; dijo que nos cuidáramos más de los que dañan al alma que los que lastiman al cuerpo; y antes de ascender a los Cielos, lo primero que ordenó a sus Apóstoles fue que los bautizaran en Nombre de la Santísima Trinidad y estableció el precio para salvarse: ¡creer!; entiéndase: creer en su Palabra y practicar el Evangelio, según lo que Él, Cristo, se los había enseñado.

¿Y que fue lo que Cristo enseñó a sus Apóstoles? Les enseñó primero a amar a su eterno Padre, sobre todas las cosas, a orarle y a permanecer siempre en unidad amorosa con Él, como Hijo, como lo hizo durante los 33 años que caminó sobre esta tierra. Además, N. S. Jesucristo les enseñó a sus discípulos a amar al prójimo haciéndole todo el bien que pudieran hacerle, como Él lo hizo al devolver la vista a los ciegos, el habla a los mudos, el oído a los sordos, la salud a los enfermos, la vida a los muertos, el pan a los hambrientos, la fe a los tibios, la verdad a quienes la buscaban y el perdón a los pecadores arrepentidos. Pero nunca se propuso Nuestro Señor reducir o acabar con el número de pobres, porque expresamente le dijo a Judas que éstos siempre existirían.

Con sus palabras y acciones, Cristo dejó muy claro que el mayor mal del hombre no era la pobreza, sino el pecado. Los pobres, como Lázaro, que aceptaron su pobreza como medio para salvarse, se ganaron el Cielo; los ricos, como Zaqueo, que usaron sus riquezas con caridad hacia el prójimo, también serán bienaventurados; los ávidos de la que acepten a Cristo como única Sabiduría, como Nicodemo y José de Arimatea, también serán salvos, y los pecadores arrepentidos como María Magdalena, también gozarían de la gloria celestial.

Pero los pecadores que se preocupan más por las cosas de la tierra (dinero, poder, bienes materiales o corporales) que de arrepentirse ante Dios, como Judas lo hizo, ellos mismos ya han escogido su destino al poner lo terrenal por encima de lo sobrenatural.

Claro que debemos ayudar siempre al prójimo en todo lo que podamos ¡pero primero hay que amar a Dios cumpliendo sus Mandamientos! Y desde este amor divino y sobrenatural, lloverán más bendiciones sobre nuestro prójimo.

La Iglesia Católica debe hacer lo mismo. Inclinarse por la Teología de la Liberación, propuesta hace más de medio siglo, o pretender ser o hacerse como si fuera una ONG de beneficencia al servicio del poder mundial que se oculta tras de una careta tan filantrópica como hipócrita, es traicionar su legado sobrenatural.

La diferencia entre la beneficencia del Estado laico y la Caridad sobrenatural de los fieles a Cristo es que ésta es mucho más que humanitaria; es, ante todo, por amor a Dios, es desinteresada y meritoria… ¡Es la única que hablará por ti en el último Juicio!