LA PREOCUPACIÓN NACE DEL MAL VIVIR

LA PREOCUPACIÓN NACE DEL MAL VIVIR

Desde la época de San Pablo en el siglo I, se palpaba una inquietud entre los fieles cristianos acerca de la vuelta del Señor. Ya hace casi 2000 años que los fieles, cimbrados por los acontecimientos de cada época, creen que está próxima la Parusía por la gravedad de su realidad.

A través de dos milenios han surgido estudiosos de la Sagrada Escritura que creen ver en los tiempos, signos inequívocos de la proximidad de la segunda vendida de Nuestro Señor Jesucristo y han especulado sobre las fechas probables de Su regreso, sin tener en cuenta la advertencia del Señor que dijo: "Pero del día y la hora nadie sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo el Padre" (Mat. XXIV, 36).

Y nos previene también de algo muy humano, la pereza, por lo que también nos dice qué hacer: "Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor" (Mat. XXIV, 42).

San Pedro, por su parte, nos consuela: "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento" ( Pedr. II, III, 8-9).

¿Cómo debemos vivir mientras esperamos a Jesús? "Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" (Tit. II, 11-14).

¿Cómo será el mundo en la Parusía? "Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre" (Mat. XXIV, 37-39).

Todas estas divinas advertencias y consejos nos lo da Jesús para que no nos angustiemos ante la inminencia de Su regreso y el fin de los tiempos. Ciertamente, San Pablo nos exhortaba a buscar la salvación con temor y con temblor, pero con el fin de animarnos a guardar el santo temor de Dios que es principio de sabiduría, como decía el Santo Job.

Recordemos que para Dios un día es como mil años y mil años como un día. Así que no pongamos fechas ni hagamos pronósticos matemáticos acerca de su regreso. Preparémonos seriamente, sí; acerquémonos más a Dios viviendo en Su Gracia a través de los Sacramentos, reflejemos nuestro amor a Dios haciendo el mayor bien al prójimo pero no caigamos en el escrúpulo y en la angustia pues ésta es mala consejera y nos aparta de la verdadera paz que sólo Nuestro Señor Jesucristo puede ofrecer para vivir y morir bien y esperar el Juicio Final.

Hay muchos acontecimientos que han sucedido y otros que tienen qué suceder para que se cumpla el plan salvífico de Dios y así llegue la Parusía. Mientras tanto, ordenemos nuestra vida y preparémonos para la eternidad. El día del juicio definitivo, de nuestro primer juicio, llegará para cada uno de nosotros el día de nuestra muerte; en ese momento se dará el Juicio Particular. Dios permita que, por su infinita misericordia, desde ese día contemplemos la realidad de nuestra salvación.

Hay que esperar pero con la esperanza en la misericordia divina, en lugar de la angustia por el futuro incierto. El futuro no es nuestro, el presente sí; hoy, que estamos con vida, corrijamos los errores y perfeccionémonos en la Caridad, único criterio para la salvación. Afanémonos como las vírgenes prudentes que tenían listas las lámparas de aceite cuando llegó su señor.

No perdamos el tiempo en adivinanzas de lo desconocido. El Señor tiene una medida diferente a la nuestra; los tiempos y valores humanos nada tienen en común con los caminos que toma el Señor. Seamos agradecidos por el don de su Evangelio y por los dones que nos ofrece a través de Su Gracia.

Jesús, muerto y resucitado es el único que marca el camino a seguir y en pos de Él, tomemos nuestra cruz del diario vivir y sigamos sus pasos para llegar tarde o temprano a Sus pies reposados en el trono de Su amor y rindamos a Él gloria y amor por toda la eternidad.

SAPIENTIA LDI

EDITORIAL