LA GUERRA ESPIRITUAL
LA GUERRA ESPIRITUAL
La guerra más prolongada a la que se ha enfrentado la humanidad es, sin duda, la guerra del demonio contra Dios y sus hijos. Desde Adán, el maligno lo tentó a él y a su descendencia, y en esta guerra involucró a naciones, reinos e imperios, (en el plano natural) y a los Ángeles (en el plano sobrenatural), por más que éstos ya están confirmados en Gracia.
En el paraíso, el demonio asestó el primer golpe a la creación de Dios y obstaculizó los plantes del Altísimo para sus creaturas humanas.
Desde entonces, la acción del diablo se ha extendido por siempre a través de la historia y toda guerra del pasado, del presente o del futuro, es la misma guerra que se desarrolla en diferentes frentes y en distintos tiempos.
Por ejemplo, la maldad intransigente del demonio intervino en las comunidades antidiluvianas hasta pervertir a toda la humanidad de entonces. Dios tuvo que poner remedio y mandó un castigo radical que fue el de casi eliminar al género humano por medio del Diluvio.
Después de que el demonio pervirtiera a las cinco ciudades de Sodoma, Gomorra, Admá, Zeboín y Bella, que conformaban el Valle de Sidim en el Mar Muerto, en el año 3123 antes de Cristo, el castigo por parte de Dios no se hizo esperar, a fin de corregir a los hombres de tales vicios.
La técnica del demonio ha sido siempre la misma: utiliza las ambiciones, el espejismo del poder, del dinero y los placeres de la carne, traducidos como los enemigos del alma: Mundo, Demonio y Carne; son las mismas tentaciones a las que estuvo expuesto el Hijo del Hombre (en su vida terrenal) cuando el demonio lo retó en el desierto.
El pleito es por las almas: poblar el Cielo o el infierno. Este último, originado por el odio, se nutre por el vapor de la soberbia, el orgullo y la envidia, como bien lo define San Agustín al describir las dos ciudades en su obra La Ciudad de Dios.
Dios quiere que lo amemos por su bondad, en pleno ejercicio de nuestra libertad; no obliga ni aplica la fuerza. En cambio, el demonio utiliza siempre la mentira.
En esta guerra espiritual es donde el hombre se gana el Cielo o se pierde para la eternidad en el infierno.
Dios en su infinito amor por el hombre, le mandó un Redentor, para que pague la deuda del pecado por su desobediencia. Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, fue el elegido para esta tarea, e intervino en la historia para salvar a los hombres y fundar su Iglesia.
Desde entonces la guerra entre el bien y el mal es más frontal y tremenda. Lo vemos en todas las guerras; el hombre quiere el territorio y las riquezas, y el diablo el alma de los hijos de Dios.
La guerra se inicia desde adentro: en el corazón del hombre y trasciende hasta las comunidades.
Toda guerra es una guerra espiritual, porque lo que está en la querella es el alma inmortal del hombre.
El descomunal poder del demonio siempre ha sido combatido por los católicos con las virtudes y la Gracia Santificante de los Sacramentos de la Iglesia. Además de este poder, los hombres tienen un guardián personal: su Ángel de la Guarda, una entidad celestial que inspira y protege a toda alma a su cuidado desde su creación, además de la atención e intervención de los Santos canonizados a los que es afín cada feligrés.
En esta época, en nuestra realidad presente, el demonio a través de sus sicarios casi ha convencido a los hombres de que no hay Dios, de la inutilidad de la Iglesia y sus Sacramentos, de que el Cielo está en la tierra y que es la única oportunidad de ser feliz; y el ser feliz en este mundo, es llevar nuestros bajos instintos al extremo.
Hemos casi perdido el sentido trascendente de la vida. El relativismo demoniaco y el racionalismo han sido las armas que usa el diablo para vencernos.
Es por esta fragilidad humana, que Dios tiene que estar interviniendo constantemente en nuestra historia, alargando la vida de unos o acortándola en otros para que no se pierdan.
La lucha final se acerca. Todos los signos empiezan a manifestarse en el presente y el final de los tiempos o el fin de la historia se acerca; es la arremetida final al demonio. Ya casi ha destruido nuestra cultura, nuestra fe y nuestros valores cristianos, y parece, que no hay salida ante el ataque final que se nos presenta como un Nuevo Orden Mundial. Pero Dios tiene otros planes; y aunque la lucha es sangrienta, al final, por el mérito de un resto fiel, Dios salvará a su Iglesia, que, como Institución divina y humana, trascenderá al Cielo con el triunfo de Jesucristo en su Parusía.
Los tambores de guerra en la actualidad se escuchan entre los
pueblos, los mismos del principio; la misma zona geográfica del paraíso
perdido. Pero ahora, Jesucristo nuestro
Redentor estará al frente como Rey y Caudillo de su Pueblo. Los católicos debemos estar prevenidos,
orgullosos y agradecidos con Dios por el privilegio de ser Testigos e Hijos de
Dios, bautizados y herederos del Cielo prometido.