VEAMOS LA REALIDAD CON UNA MIRADA SOBRENATURAL
Decíamos en el artículo anterior, que actualmente en 2022, la mayoría de las personas viven con miedo de padecer el Coronavirus o cualquiera de sus cepas, como si fuera la única causa de una muerte inminente. Claro que el hombre, cada día, cada instante, tiene el instinto y la obligación de cuidar de su vida, de su sobrevivencia, pues su existencia pende de un hilo ante miles de posibles causas de muerte. Eso es nada menos que el Coronavirus: una entre mil causas posibles de muerte.
Claro que hay que cuidarse en esta pandemia pero no con un miedo excesivo ni como aquellos que no tienen fe. Éstos pareciera que creen que el Coronavirus es el mal mayor e incluso, que tiene más poder que Dios mismo. Aquí está el problema: que vemos demasiado corto y con mucha neblina, y así no vamos a poder ver bien, a entender e interpretar lo que estamos viviendo.
Concluíamos en líneas pasadas que nuestra lectura de los hechos actuales es demasiado horizontal y así, el alcance de la inteligencia (<<inter legere>>: escoger entre) se reduce. Sólo quien se posiciona en las alturas del águila, será capaz de comprender la realidad, no sólo con mayor amplitud, sino con una luz más intensa, la luz sobrenatural, la luz de la Fe que brota de la Revelación. Sólo ahí encontremos la consoladora verdad de que Dios está siempre al cuidado de nosotros sus hijos, más de lo que imaginamos y que si Él permite algunos males en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra Patria o en el mundo entero, es porque, con toda seguridad, quiere obtener mayores bienes que las propias desgracias.
Quizá nos preguntemos cómo ser esto. No es tan difícil comprenderlo. Ciertamente no debemos cuestionar el qué, porqué, cómo, cuándo, a quién y cuánto, acerca de las disposiciones de Dios porque sus designios son inescrutables, pero ¡inescrutablemente bondadosos!... aunque nuestra pequeña cabecita juzgue los males como males tremendos, atroces o irremediables. Además, Dios -y lo avala nuestra simple razón-, dispone de los bienes que otorga con una "lógica" justa pero misericordiosa al dar preferencia, por su mayor valor, a un bien espiritual que a uno material y a un bien común que a uno individual. Y finalmente, porque Dios Bondadosísimo, respeta la libertad de cada ser racional que creó. Así pues, los males de esta vida no son creados, ni producidos, ni queridos por Dios en sí mismos. Es el hombre el responsable de sus propios males o los de otros, a causa de su voluntad enferma por el primer pecado, el Original. Así que Dios, que nada tiene que ver con el pecado, porque lo aborrece totalmente al grado de su propia Crucifixión, permite que existan males para mover al hombre a su salvación eterna.
La historia humana, entre bienes y males, entretejida por la libertad humana y divina.
¿Qué es la vida del hombre sino un engarce de continuas alegrías y penas, triunfos y fracasos? No hay ser que haya pisado la tierra y haya sido ajeno al dolor, ¡ni siquiera Dios en la Segunda Persona, ni la creatura más perfecta, su Santísima Madre!... Ellos, inocentísimos, aceptaron voluntariamente dolores extremos por culpa nuestra, para pagar nuestra deuda por la primera desobediencia.
Exactamente, fue el pecado por el que entró a la humanidad el trabajo, la enfermedad, la ignorancia, la debilidad de la voluntad, la elección del mal y la muerte. Desde el Paraíso hasta el fin del mundo, la vida del hombre, originalmente orientada a Dios y a la felicidad, estará continuamente fluctuando entre bienes y males. No en vano la Iglesia la llama "Valle de lágrimas". Por desgracia, junto con los más caros goces que pueda sentir el hombre, lo estarán incomodando adversidades y penas, finas o grotescas, y entre ambos -bienes y males-, se irán tejiendo los hilos de la historia personal, la de las comunidades y las del mundo entero. Pero no olvidemos que en el tejido de este lienzo es la Mano de Dios que dispone de los derechos y de los reveses.
¿Por qué actualmente no podemos deshacernos de los males?
En realidad, nunca nos desharemos de ellos mientras existamos en los parámetros de espacio y tiempo porque el mal existió mucho antes de nuestra historia, en el "tiempo" de los ángeles, llamado por el Dr. Rafael Breide como "Evieternidad", dimensión entre la eternidad y el tiempo. Allá, en los arcanos, cuando la más bella de las creaturas angélicas se ensoberbeció ante su Creador gritándole con horrendo atrevimiento: Non serviam, se dio el origen de la lucha entre el bien y el mal, mejor dicho, a la lucha que el demonio y sus secuaces libran desde entonces en contra de su Creador (II Pedr. II, 4 y Jud. 6) porque -según algunos teólogos- les resultó imposible a los ángeles rebeldes someterse a futuro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo. Aclaremos, sin embargo, que el bien y el mal luchan entre sí no como pares, cual si existieran dos fuerzas equivalentes y eternamente antagónicas, como lo creían erróneamente los maniqueos. Esta lucha trascendente "entre el bien y el mal", es distinta a todas las analogías posibles porque en ella, los "contendientes" son abismalmente diferentes en perfección y poder, por lo que el triunfo aplastante del Creador está dado desde siempre, mucho antes de la infeliz y absurda ocurrencia de rebeldía del soberbio. Es decir, los ángeles condenados no representan para Dios nada, ningún peligro porque, al igual que al Anticristo (II Tesal. II, 8), los disolverá con el aliento de su boca. Los ángeles condenados tienen ya perdida la batalla desde la eternidad.
Entonces, ¿por qué los demonios actúan entre los hombres para frustrar su salvación? Porque Dios quiso probar la fidelidad de nuestros primeros Padres -tal como lo había hecho antes con sus ángeles- y le permitió a Satanás, disfrazado de serpiente, tentar a Eva y ésta, junto con Adán, obedecieron al padre de la mentira y no al Padre de las Luces (Sant. I, 17). Así ingresó Satanás y sus secuaces a las páginas de nuestra historia y no saldrán de ellas hasta el fin del mundo. Mientras tanto, no descansarán en intentar perder a cada ser humano que pise este mundo a través del pecado y de todas sus argucias. Éste es exactamente el origen de todos los males, dolores, penas y angustias que padecemos los seres humanos.
Pero Dios, Bondadosísimo, quiso que nuestros dolores no fueran en vano sino que tuvieran un sentido, un propósito, un valor ¡y ahí radica la "bondad" del dolor!... En que tiene mérito cuando es ofrecido a Jesucristo Mediador y es sumado a Su Sacrificio, cruento o incruento, como Redentor. Por eso, el castigo al salir del Paraíso de ...Con el sudor de tu rostro comerás el pan... (Gen. III,19), y ... con dolor darás hijos a luz ... (Gen. III, 16), dejan de ser lozas sobre las espaldas para convertirse en cruces para la salvación. Sólo la Cruz a cuestas, salva: Si alguno quiere seguirme, renúnciese a sí mismo, y lleve su cruz y siga tras de Mí (Mt. XVI, 24).
La humanidad camina según los destinos de Dios.
El hombre es protagonista de la Historia pero Dios es quien la escribe, de principio a fin, simplemente porque Él es el Dueño y Señor del Universo. Sí, el hombre con su libre albedrío es quien toma la pluma en su mano y cual párvulo, escribe libre sus garabatos, mientras que Dios, cual Padre Sabio y Amoroso, toma la mano del hombre para perfeccionar la escritura según Su Voluntad, y aun, sobre renglones torcidos.
Dios creó al hombre en un instante, en el de un cálido e intenso Fiat para que al término de ese principio hubiera un fin; por eso hay un Génesis y un Apocalipsis, un alfa y un omega; pero no para Dios. La historia del hombre empezó en Dios y en Él terminará. En la primera etapa, la humanidad, representada por los justos del pueblo escogido, esperó al Mesías y Nuestro Señor Jesucristo, el Dios Redentor, significó la plenitud de los tiempos. Y, aunque esa plenitud propició la evangelización en el orbe y la formación de las naciones e imperios cristianos al servicio del Vicario de Cristo y de su Iglesia por más de dieciocho siglos, es innegable que a partir de la Revolución Francesa (1789) hasta nuestros días (2022), esa plenitud de la Verdad de Cristo ha sido herida de muerte y la descristianización ha caminado a pasos agigantados.
No sólo el mundo de los seglares le ha dado la espalda a Dios, sino aún malos clérigos y teólogos, influidos por las ideas liberales de la Revolución y del Naturalismo, han pervertido la doctrina católica desde el mismo seno de la Iglesia desde finales del siglo XIX, tal como lo denunció magistralmente el Papa San Pío X. Y no sólo esto ha permitido Dios, sino aún la estocada casi mortal a su Iglesia a partir del concilio del siglo XX, que trajo confusión al no confirmar las verdades de la Fe ante un mundo tan hostil por su materialismo y que aceptó condescender con él. Lamentablemente, el Modernismo -suma de todas las herejías según S.S. Pío X-, ha triunfado sobre la mayor parte de la Iglesia y sigue a galope. Lo que vemos hoy día, es la mejor muestra de la transformación que por décadas ha sufrido la Iglesia para fusionarse sutilmente con el poder político para que de esa simbiosis religiosa-política o política-religiosa, surja un nuevo poder o élite que mantenga a la Iglesia al servicio del Estado. Esta nueva forma de gobernanza a nivel mundial, de corte humanitario, globalista y totalitario, como el que estamos presenciando, contribuirá al avance vertiginoso de la descristianización, al enfriamiento de la Caridad y a la llegada de la apostasía, como nos lo anuncia San Mateo, San Pablo y el Apocalipsis. Estos son algunos de los signos de los últimos tiempos, no exactamente el "fin de los tiempos" pues sólo Dios conoce el día y la hora.
Afortunadamente varios Pastores de la Iglesia verdadera, la Católica, la siempre fiel a las enseñanzas de Cristo, la Sabiduría Encarnada, ésa siempre permanecerá a pesar de la indiferencia y apostasía de la mayoría; pero ese resto fiel será una pequeña grey y tal como lo anuncian los Evangelios, será perseguida y martirizada, pero nunca vencida, compartiendo la persecución y martirio que sufrió su Esposo Místico, Nuestro Señor Jesucristo.
Hoy, o mejor dicho, desde hace algún tiempo, estamos caminando entre la descristianización y corriendo hacia la apostasía; lo vemos, lo sentimos, lo constatamos a nuestro alrededor, quizá por desgracia desde nuestra propia familia. Esto está predicho en el Nuevo Testamento y es Palabra de Dios...
Así que la humanidad está caminando según los destinos de Dios. Esto no quiere decir que Dios quiera la descristianización y la apostasía, pero las permite para que se den las condiciones de los últimos tiempos y pueda aparecer el Anticristo para luego ¡el Triunfo apoteósico y definitivo de Cristo Nuestro Señor sobre Satanás y todos los condenados!
Dios quiere permitir la terrible desgracia de la apostasía y de todas las convulsiones terrestres, marítimas y astronómicas anunciadas en las Sagradas Escrituras pero lo que Dios no quiere es que ni tú ni yo -ni nadie- se pierda en el torbellino de la apostasía y de la perdición. Dios, a través de su Hijo, hizo hace casi 2000 años, hoy hace y mañana hará, todo lo posible para salvarnos, para que no nos alistemos en el ejército del Anticristo, pensando que es el Salvador, como muchos hoy así lo piensan de sus políticos, de las organizaciones mundiales o de sus guías. Dios quiere que tú y yo seamos -estemos o no-, de los pocos fieles que encontrará cuando Cristo venga por segunda vez... ¡Esto es lo que Dios quiere para ti: ¡la perseverancia final!... Pidámosle diario a Dios esta gracia.
¿Cómo seguirá siendo el progreso de la humanidad?
Todos sabemos que el mundo no se detiene, se sigue moviendo y avanza con miras "a ser mejor", a cambiar para superar lo antiguo y progresar; por eso la innovación, la creatividad, la competencia, la ciencia ficción, lo insospechado, la Inteligencia Artificial, etc. Pero ¿qué entiende la humanidad por "progreso"? Particularmente, el superar lo ya existente en el orden material, en el campo de la ciencia y de la tecnología, etc., y esta visión especial subyace en esta generación tan preocupada por el aquí y el ahora y tan alejada del conocimiento de su propio yo interior, su micro mundo, y de todo lo que trasciende, de su Creador y de su fin último. Veámoslo si no...
Los países desarrollados, es decir, los de primer mundo, que luchan siempre por estar a la vanguardia en el progreso, discuten principalmente por temas como seguridad nacional, soporte y crecimiento financiero, industrialización, recursos naturales, sofisticación tecnológica en todas las áreas (militares, comerciales, industriales, médicas, laborales, educativas, etc.). A veces también hablan algo de lo humano: métodos para reducir el exceso de población, agendas inclusivas (homosexualismo, drogas, etc.), programas sociales, educación pública, etc., y por supuesto, el tema principal en estos dos años: la pandemia y las vacunas.
Es claro que la prioridad de las naciones alineadas a la ONU, prácticamente todas, es, después de sobrevivir, lógicamente controlar política y económicamente a sus pueblos, a la par que aplicar las consignas impuestas por la ONU, la OMS y los diferentes organismos internacionales, de lo contrario, difícilmente podrían desarrollarse.
Entonces, el progreso de la humanidad y de cada nación en particular consiste en toda clase de retos de orden material, físico o social, sin visos de alguna preocupación sobrenatural porque, para empezar, la mayoría de los dirigentes en el mundo pertenecen a las logias, esencialmente anticrisitianas.
Y así, la humanidad seguirá su curso desequilibrado: mucho progreso tecnológico y de infraestructura y poco o nulo progreso en la más noble y trascendente del hombre, en la formación moral y religiosa
¿Cómo ve el Cristianismo el futuro?
Como lo vieron Cristo, sus Apóstoles y sus Profetas... Ya trazamos antes algunas pinceladas y nos atreveremos a dar otras.
El curso de la historia de la humanidad, desfila por una pendiente decadente que culminará en la gran Apostasía y en magnas convulsiones. Sin embargo, coincidiendo con las Sagradas Escrituras, durante este período previo al Anticristo, habrá algunos eventos esperanzadores fundados en las palabras de la Virgen, o del Apocalipsis o de algunas profecías. Por ejemplo, que habrá un período de paz y fe porque Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará (Virgen de Fátima, 1917); que los fieles de los últimos tiempos escucharán a los dos Profetas enviados del Cielo (Apocalipsis) o que el último de los Papas regresará a la Iglesia Católica a la ortodoxia y al esplendor como la verdadera Iglesia de Cristo. Pero estos tiempos de paz, de verdad y de caridad, no permanecerán por mucho tiempo, más bien, al contrario, las cosas estarán tan mal, que podrán dar un recibimiento muy natural al Hijo de la perdición, y será entronizado con el pláceme de la mayoría de los hombres. Es decir, los hombres que deliberada o negligentemente hayan perdido la Fe de Cristo, estarán convencidos de que el Anticristo es el verdadero Cristo, pues, dice la Escritura, que hasta los predestinados se confundirían si Dios no recortase esos días (Mat. XXIV, 22).
En conclusión, el mundo del futuro lo vemos tal como hoy hemos empezado a percibirlo, sólo que en el futuro estará "mejor acabado", "mejor logrado", "más pulido" y "más sólidamente" construido pero en el sentido que hemos venido hablando; el mundo será recalcitrantemente humanista, pero no en su significado más noble, sino en su proyección más peyorativa. Al decir humanista, es para que se entienda que la humanidad será totalmente autónoma y auto suficiente, absolutamente cerrada a Dios, y al decir, que en su proyección más peyorativa es para que se entienda que los hombres vivirán en su hábitat cual individuos despersonalizados, desplegando su libertad hasta la sinrazón, compartiendo su inteligencia natural con la Inteligencia Artificial y conviviendo con ella controlados química o socialmente por una élite dictatorial, viviendo según el dictado de las pasiones, más que de la razón, con la mirada puesta en la horizontalidad, y sus bienes y placeres en el ámbito del mundo animal y mineral.
Veamos el presente y el futuro con una mirada sobrenatural.
Entendemos que todos los males que nos sobrevienen en nuestra persona, o en la familia o en la comunidad en donde nos desenvolvemos, nos afectan, nos entristecen, nos angustian, nos deprimen y nos hacen temer, incluso hasta puede hacernos desconfiados con el mismo Dios o irritarnos contra Él. Todo esto, porque juzgamos esos males horizontalmente, ya lo decíamos.
¿Qué podemos hacer ante dichos males?
En primer lugar, recordemos que son inevitables; sólo nos queda aprender a vivir con ellos y sobrellevarlos con la mayor resignación, paciencia y ofreciéndolos a Dios con el mayor amor posible, confiando en que Él nos ayudará porque somos sus hijos y Su Amor está garantizado con Su muerte, hace dos mil años. Si nos resistimos a esos males, renegando y maldiciendo, lo único que va a pasar es que aumentará nuestro desagrado, posiblemente hasta la desesperación y, Dios no lo quiera, hasta la blasfemia. Y lo peor, que probablemente esas adversidades persistan por más tiempo, y nuestra voluntad se haya debilitado para afrontarla. Así que, "hay que tomar el toro por los cuernos" y pedir a Dios lo que no podamos o lo que no tengamos.
Pero más consolador que estás actitudes positivas, es creer que existe un Ser Todopoderoso, Bondadosísimo, Misericordiosísimo y Providente, que siempre está pensando en nuestro bien, en nuestro bien mayor, la salvación.
Las Sagradas Escrituras, están llenas de exhortaciones para que nunca desfallezca nuestra confianza en la Divina Providencia: No os preocupéis por conseguir, diciendo, ¿Qué tendremos para comer? ¿Qué tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos?... Vuestro Padre Celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No preocupéis, entonces, del mañana. El mañana se preocupará de sí mismo. A cada día le basta su propia pena" (Mt. V, 25-34).
Es cierto que Dios nos ha dado la inteligencia para ver cómo son las cosas que están frente a nosotros, nuestro presente y para tomar previsiones en vista al futuro que razonablemente se atisba; no es malo proyectar o prever o vislumbrar; lo malo está en que nuestra voluntad se inquiete de más, se perturbe tanto por el miedo, al grado de perder la sana confianza en sí mismo y, sobre todo, en Dios.
Vivamos el presente con santo temor en nuestra salvación y pongamos en Sus Manos, el futuro que, para empezar, no es nuestros, es de Él.
El Apóstol Santiago nos lo recuerda: Vosotros, que no sabéis ni lo que sucederá mañana. Pues qué es vuestra vida? Sois humo que aparece por un momento y luego se disipa. Deberías en cambio decir: "Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o aquello" (Sant. IV, 14-15).
Tengamos la seguridad de que Dios escucha todas, absolutamente todas nuestras oraciones, sobre todo las hechas con un corazón contrito, es decir, arrepentido y humillado. Él, aunque lo sepa todo, le gusta escucharnos. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones porque Él mismo se preocupa de nosotros (I Pedr. V, 7).
Por eso, el P. Spahn, viendo el miedo con el que mucha gente vive hoy ante el Covid y otras circunstancias preocupantes, nos recomienda la mejor actitud: ver la realidad con una mirada sobrenatural, y... sólo entonces, tu corazón gozará de paz.