SIGUIENDO LOS PASOS DE LOS CRISTEROS "¡SEÑOR, VUELVE AL SAGRARIO!"

¡Preferible un alma viva y agradable a Dios, que aceptar un destino terrible: la muerte del espíritu! Para un pueblo creyente, fiel y guadalupano, lo peor que pudieron hacerle fue limitar su unión con Dios que tenían por medio de la religión.
El gobierno declaró la guerra y quería que Cristo no fuera más Rey, el Rey de los corazones mexicanos. Mientras esta injusta persecución iniciaba, y el pueblo reaccionaba, el poeta Lic. Eduardo J. Correa, en una de sus poesías, interpretó fidelísimamente los sentimientos de duelo y desolación de los mexicanos de aquel entonces, ante los hechos ocurridos ….
¡Señor, vuelve al Sagrario!
Ya no esté el Tabernáculo vacío. ...
Mira que en su calvario
Lo piden tantas almas, ¡Jesús mío!
Almas tuyas, Señor, crucificadas
En la cruz del dolor; despedazadas
Por el duelo más hondo en la existencia:
¡El dolor de tu ausencia! . . .
Tú te fuiste, Señor, de los Sagrarios.
Tú te fuiste, Señor, y desde entonces
Mudos están los bronces,
Los templos solitarios,
Sin sacrificio el ara, mudo el coro,
Los altares sin rosas,
Tristes los cirios de las llamas de oro,
Tristes las amplias naves solitarias,
Sin que agite sus alas misteriosas
Un vuelo de plegarias;
Todo en silencio y en sopor sumido,
Todo callado y triste,
Todo tribulación, muerte y olvido …
¿Señor, por qué te fuiste?
¿Qué tristeza perdura,
Qué duelo no mitiga sus rigores,
Qué indecible dolor no se consuela
Cuando hay un Dios que con nosotros llora,
Que sufre con nosotros y que implora
¿Y noche y día en el Sagrario vela? . . .
Pero- hoy no estás allí. . . No te encontramos
En el dulce lugar de nuestra cita,
Y en la desolación de nuestra cuita
Inquirimos, Señor, ¿a dónde vamos?
Soplo de infierno en el ambiente vaga,
La iniquidad en el cenit culmina,
Y ante la cerrazón de la neblina
Toda esperanza su fulgor apaga. . .
Las almas están solas;
Parece que naufraga
La barquilla de Pedro, y la figura
Divina del Jesús del Tiberíades
No rasga de la noche la negrura,
Ni serena la furia de las olas,
¡Ni calma las deshechas tempestades! . . .
¿Por qué nos abandonas? . . .
Señor, si Tú perdonas
A todo el que su culpa reconoce
Y de ella se arrepiente,
Ten piedad de tu México. . . Conoce
Toda la enormidad de sus delitos
Y como a Rey te aclama reverente . . .