SABER MIRAR DESDE EL TECHO

22.03.2023

Aunque pareciera que la tecnología ha reducido considerablemente la capacidad reflexiva en muchos, afortunadamente hay todavía hombres y mujeres pensantes que saben volver la mirada sobre sí mismos y el acontecer del mundo.

¿Por qué reflexionamos? Porque como racionales que somos, volvemos a poner a consideración una idea o visión intelectual anterior, a fin de meditar más detenidamente en ella, tratando de analizarla mejor e intentar descubrir la naturaleza, las causas y consecuencias de aquello que nos ha inquietado.

De lo que primero el hombre inquiere es de su propio yo. En la infancia nos preguntamos qué seremos de grandes; en la juventud, si acertamos en las decisiones; en la madurez, qué nos falta por desarrollarnos, y en la ancianidad, evaluamos lo hecho y nos preparamos ante el misterio del más allá. Pero eso no es lo único en lo que reflexionamos. El acontecer diario de nuestra patria y del mundo nos interesa, y desde muy jóvenes ya empezamos a expresar nuestra opiniones y juicios con respecto a las políticas y derroteros de la universidad, del gobierno nacional y de los conflictos internacionales… Sin embargo, ¿nos hemos preguntado alguna vez si nuestros juicios son verdaderos y correctos? ... Seguramente no siempre, por sesudos que seamos.

¿Cómo aprender a hacer mejores juicios?... Dependerá de varios factores:

–Que te asegures de que tus datos sean verídicos.

-Que estés suficientemente informado del asunto, por lo menos en sus puntos básicos (qué, quién, cómo, cuándo, dónde, etc.).

–Que profundices, hasta donde te sea posible, acerca de la esencia, causas y efectos del concepto o tema a tratar.

–Que relaciones las ideas de acuerdo a los cánones de la Lógica, al menos, a lo más elemental de esta ciencia.

–Que alejes tus sentimientos, imaginación, pasiones o preferencias, de la realidad.

La regla de oro: juzga de acuerdo a la realidad, no a una idea subjetiva de la realidad.

¿Y qué es la realidad? Es lo que es, es decir, lo real, lo que es o lo que existe, aun cuando sea ajeno o contrario a nuestro pensamiento o voluntad. La realidad es nuestro "yo" (persona formada de alma y cuerpo), y el "no-yo" (todo lo que no soy yo). Entonces, la realidad son todos los seres o entes, a los que coloquialmente llamaremos "cosas u objetos de conocimiento".

¿Cómo conocemos? Nosotros como seres cognoscentes, somos los sujetos que tenemos la capacidad de conocer los objetos; ciertamente no de manera absoluta pero sí más o menos aproximada. Y una vez conocidos y retenidos en nuestra mente como ideas o imágenes impresas, las hacemos juicios –si las afirmamos o negamos–, para finalmente elaborar raciocinios –al relacionar correctamente dos o más juicios–.

Además de la intuición (visión rápida y directa) y el raciocinio (proceso discursivo), la reflexión nos permite acercarnos aún más a la verdad, gracias a que nos detenemos a analizar un objeto o hecho con más calma para verlo intelectualmente mejor, en todas sus aristas y con más profundidad.

Niveles de conocimiento. Entendido esto, podemos encontrar que el ser humano puede conocerse a sí mismo y a lo que le rodea, desde diferentes niveles. En términos generales, las cosas o los hechos pueden analizarse horizontalmente, desde una perspectiva natural; y, por otro lado, se pueden analizar verticalmente, desde una visión sobrenatural, considerando las cosas de la tierra con vista al Cielo, o viceversa, interpretando las cosas humanas según la visión de Dios.

Conocimiento Horizontal. Querer explicar las cosas sólo por sus causas naturales, por lo que los sentidos y la corta razón humana ven, significa mirar en corto, digamos que demasiado cerca para observarlas en su integridad y en toda su dimensión. Ver, oír, oler, gustar o tocar algo parcialmente, te impide percibir bien algo y el grado de tu conocimiento será imperfecto. De la misma manera, conocer algo tan rápidamente como la intuición y, peor aún, tan superficialmente, te priva de un conocimiento más completo, que sólo el raciocinio, a través del análisis o síntesis, de la deducción o inducción, te puede brindar.

Este modo primario de querer conocer las cosas, de cómo realmente son -al menos, más profundamente-, resulta del todo insuficiente.

Conocimiento Vertical. El hombre, por el sólo hecho de existir, por el sólo hecho de haber recibido la vida de otro Ser, no puede él mismo explicarse a sí mismo, ni lo que sucede a su alrededor, de modo suficiente, ni siquiera aceptablemente; porque el hombre no es absolutamente autónomo como lo pregona la Filosofía moderna. Por el contrario, el hombre es absolutamente indigente, como lo señala el filósofo mexicano Agustín Basave Fernández del Valle, porque ni siquiera su existencia se la debe a él mismo, sino a un Creador que es su Primer Motor, Causa Incausada, Ser Necesario, Perfección en sumo grado e Inteligencia Ordenadora del universo.

Insuficiencia de la mirada horizontal. Entonces, si la mirada natural no puede explicar todas las cosas, ni nuestras más íntimas inquietudes, nuestra Historia y nuestro presente, y menos el porvenir, concluimos, pues, que el hombre, aunque lo ignore o no lo quiera aceptar, es un ser que vive en una dimensión sobrenatural y no puede sustraerse a ella porque es una simple creatura. ¿Cómo puede romperse el lazo entre un padre y un hijo, aunque alguno de los dos pretenda desconocer al otro?... ¡Imposible!

Necesidad de la mirada vertical. De la misma manera, el hombre, en el micromundo de su conciencia, y en el macromundo de la sociedad, de la Historia y de su destino final, tiene que verlo a la luz de la Mente del Creador, que fue quien le señaló una causa final a todo lo creado.

¿Cómo juzga el hombre del siglo XXI? Desgraciadamente, por la vertiginosidad en la que vivimos, solemos juzgar lo que nos rodea con los lentes de la inmanencia, y así vemos todo desde la horizontalidad, con una mirada tan corta como el horizonte. Así, la Política, la Economía, la Religión, los problemas sociales y familiares, y hasta nuestra propia vida -con sus triunfos y fracasos, con sus satisfacciones y vacíos-, las vemos a un metro de distancia, en el "aquí y ahora", en lo que parece por sus aspectos externos, confiados sólo en lo que nos dicen los medios de comunicación -redes sociales-, en la "interpretación" de los números y la estadística, en la ganancia o pérdida de cada peso, etc. … ¡Qué mirada tan pobre del que juzga así lo que sucede a nuestro alrededor!

Saber mirar desde el techo. El hombre que mejor puede juzgar las cosas de esta vida, no porque el hombre sea juez de las acciones humanas –porque eso es privilegio sólo de Nuestro Señor Jesucristo a la hora de nuestra muerte y en su segunda venida al final de los tiempos–, es el que busca formarse un criterio "virtuoso" acerca de cuanto sucede, es decir, un criterio regido por la Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Es aquel hombre que, además, se deja guiar por las Virtudes más altas, las Teologales, que son infundidas por Dios en el alma: Fe, Esperanza y Caridad. Sólo así podremos creer lo que Dios quiere que creamos; podremos esperar en lo que Dios quiere que esperemos; podremos amar lo que Dios quiere que amemos.

El hombre que mejor puede conocer las cosas como son, es aquél que aumenta las Virtudes Teologales por medio de la Gracia Santificante, a través de los Sacramentos; el que cree, espera y ama a Dios sobre todas las cosas, y a su prójimo por amor a Él.

Sólo el que se sube a este "techo" y mira desde ahí, podrá ver la Historia, como Meta-Historia; al terruño, como camino hacia la Patria Celestial; y este "valle de lágrimas" como vía hacia las verdes praderas de la eternidad.

Desgraciadamente hoy, en pleno siglo XXI, muchos ven con recelo, si no es que con escepticismo o envidia, a los osados que miran las cosas desde este techo. Unos, adormecidos por el canto de las sirenas de la tecnología y el consumismo, llaman a los pensadores cristianos, "profetas inoportunos"; otros, autosuficientes por poseer una mente brillante, llaman a los intelectuales de sólida doctrina católica, "iluminados de viejo cuño"; y otros, finalmente, que se precian de ser amigos o aliados, tildan a los sabios de "insensatos" o "exagerados".

Sin embargo, no olvidéis que, a Cristo, el Verbo o Palabra de Dios, sus enemigos los fariseos, lo acusaron de "endemoniado"; Herodes, lo vistió como "loco"; Caifás, lo juzgó de "blasfemo" y los "suyos", de "impostor".

Pero, esa Sabiduría encarnada, crucificada como "locura" en el Gólgota, dejó palabras de eternidad:

Soy Yo el camino, la Verdad y la Vida… (Juan XIV, 6).

Sin Mí, nada podéis hacer (Juan XV, 5).

Quien no está conmigo está contra Mí, y quien no amontona conmigo, desparrama (Mat. XII, 30).