¿QUIÉNES HAN ENVENENADO A NUESTROS JÓVENES?

22.09.2023

Cuando cruzo por espacios públicos, sobre todo populares -aunque no están exentos los de mejor nivel socioeconómico-, y veo a tantas muchachas y muchachos desalineados en el vestido, en el peinado, en el vocabulario, en las posturas o en la conducta, no puedo evitar preguntarme ¿Qué les ha pasado? ¿Por qué se ven algo extraños al común de la gente? ¿Por qué algunos se ven extraviados, sin rumbo por la vida, independientemente si estudian o no, si trabajan o no, si viven en pareja o no? ¿Y qué decir de aquéllos que te cuesta trabajo descubrir si son varones o mujeres, o los que de plano, optaron por ser homosexuales, lesbianas o transexuales?

¿Qué les pasó a nuestros jóvenes? ¿Quién los cambió? ¿Por qué los cambiaron?... Y estas preguntas las lanzo no sólo ante los jóvenes de las calles que son ajenos a mí, sino también a los de nuestro propio entorno, escuela, barrio o familia. Quizá ese tipo de jóvenes sean nuestros hijos, sobrinos nietos, vecinos...

Sé que cada uno de los jóvenes tiene mucha responsabilidad sobre sus decisiones, pero otra tanta responsabilidad la tienen aquéllos cuya obligación fue educarlos o apoyar su educación cuando niños y adolescentes. Me refiero a los padres de familia, a los maestros, a los guías "espirituales".

Hoy sólo quiero hablar de uno de esos culpables de la deficiente o envenenada educación que imparten, es decir, de los maestros de educación pública que obedecen las consignas del gobierno mexicano y éste, a su vez, de las imposiciones extranjeras que se definen en las logias masónicas internacionales.

En nuestro atormentado México, al triunfo del Liberalismo con Juárez, el Estado se adjudicó el derecho de la instrucción pública, sustrayendo de ella a sacerdotes y órdenes religiosas que tanto bien habían hecho a los mexicanos por más de tres siglos. Desde el siglo XIX, la educación pública en México, por naturaleza, ha sido laica, es decir, sin Dios.

Durante el Porfiriato y los primeros años de la Revolución, la educación dio un giro al Positivismo, y durante el "Maximato", el jacobinismo, a través de Calles y Cárdenas, llegó a establecer en la Constitución la "educación socialista", para estar en sintonía con el Comunismo expansivo de la URSS. Luego, a partir de Ávila Camacho, la educación volvió a ser laica, sin que esto signifique una mejoría esencial, porque, desde entonces, la educación pública en México ha sido laica, con la poderosa herramienta de los libros de texto gratuitos.

¿Y cuáles han sido los resultados?... Desastrosos, sobre todo en las últimas décadas cuando el Globalismo (ONU, UNESCO), ha impuesto en México la educación sexual, el feminismo radical y la ideología de género, dentro de un inmoral libertinaje.

¿Cuántas generaciones han sido moralmente envenenadas por la educación pública?... Si desde Juárez hasta la fecha han pasado 160 años aproximadamente, estaríamos hablando de 7 generaciones sin Dios, de millones de familias descristianizadas, de decenas de millones de jóvenes desvinculados de su Creador y del verdadero sentido de sus vidas.

Hoy, en 2023, vemos un aumento alarmante de familias divididas y jóvenes ateos, desarraigados de sus familias, parejas en unión libre, embarazos en adolescentes, jóvenes cuyas vidas se consumen en vanalidades como videojuegos, antros "revés", alcohol, drogas, sexo; o jóvenes confundidos queriendo "construir" su identidad sexual, o los que ya se decidieron por la experiencia sexual -que no amorosa- por los de su mismo sexo, o por cualquier otra por degenerada que sea. También vemos mujeres que quieren sexo pero no hijos, que quieren pareja pero no matrimonio, en fin, que quieren libertad sin límites.

Sí, muchos padres de familia, maestros y guías "espirituales" hemos claudicado de los valores cristianos universales, pero la educación pública, que tiene en sus aulas a un alumno entre doce y dieciséis años continuos, ha envenenado en buena parte a nuestros jóvenes.

¡Por Dios, hagamos algo!... Papás, si nos es imposible evadir la educación pública, entonces reforcemos, con el buen ejemplo en familia, nuestra obligación de educar cristianamente a nuestros hijos.