¡LA GRAN SANTA TERESA DE JESÚS! (I)
Las católicas mexicanas compartimos la alegría de las españolas y de toda la hispanidad, al celebrarse hoy, 15 de octubre, la fiesta de una de sus Santas prototípicas: Santa Teresa de Jesús. Y lo decimos porque Santa Teresa influyó decisivamente en el sólido Catolicismo forjado en la España del Siglo de Oro y que protagonizaron magnas figuras de la talla de Carlos I, Felipe II, San Juan de la Cruz y San Ignacio de Loyola; siglo inolvidable que enriquecieron una pléyade literatos, pensadores, historiadores, filósofos, teólogos, héroes y santos.
Santa Teresa fue grande porque fue excepcional. Desde pequeña fue dotada de una viva inteligencia y rica imaginación, de gracia y encanto, y, sobre todo, de una recia voluntad que la impulsaba a conseguir lo que se proponía con gran determinación. La afición de su padre por la buena lectura y su ilustrado Catolicismo enriquecieron el espíritu de Teresa, que desde niña pretendió, con su hermano, buscar el martirio a "tierra de moros". La muerte de su madre marcó dolorosamente su mocedad y su ausencia, facilitó a la joven llevar una vida relajada, entre libros de caballería, fiestas y vanidades. Años después, la enfermedad, el internado, buenas compañías y, sobre todo, muy buenos libros espirituales, inspiraron a Teresa a abandonar el mundo para ingresa al Carmelo. Pese a la negativa de su padre, Teresa, siempre decidida, tomó los hábitos.
Sus primeros años en el Monasterio los vivió como entonces acostumbraban las Carmelitas "calzadas", en un ambiente de poco recogimiento al permitirse, en el locutorio, alternar con las visitas por horas. Teresa pronto advirtió el peligro de estas costumbres para la vida espiritual, y luego que N. S. Jesucristo le pidió dejar ese espíritu mundano y le concedió el don de lágrimas, la joven carmelita se decidió a llevar una vida de mayor oración, penitencia y austeridad; pero especialmente, se decidió a amar enteramente a su amado Señor.
Estos primeros pasos constituyen la primera época de su vida mística. Por esos años, sufrió la hermosa experiencia mística conocida como la "Transverberación". En sus propias palabras, Santa Teresa refiere que, luego que el Ángel atravesó su corazón con un dardo de oro largo "… me dejaba todo abrasada en amor grande de Dios. No es dolor corporal, sino espiritual. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios…".