LA ELECCIÓN DEL GOBERNANTE: UNA OPCIÓN CATÓLICA. PARTE I

27.02.2024

Apuntes sobre la Doctrina Social de la Iglesia.

La elección de gobernantes es un tema de primera importancia, porque sobre sus hombros radica la posibilidad de conformar una sociedad acorde con la realidad que impera en la nación, realizar las mejoras que se requieren y avanzar en orden al bien común. Una mala elección siempre tendrá consecuencias desastrosas, no sólo en el sentido de que se renuncia al anhelado bienestar social, sino porque las decisiones y acciones mal orientadas crean nuevos problemas para la comunidad que gobierna.

Nos encontramos ante la necesidad de elegir nuevos gobernantes. Preocupa, en el ámbito personal y colectivo, la decisión sobre por quién emitir el voto. En este contexto, analizamos el sistema democrático actual, especialmente en su fase final de la emisión del voto, y revisamos algunas de sus limitaciones, que sin duda afectan el proceso de elección del gobernante.

Para los católicos, asumir la responsabilidad de elegir gobernantes no es cosa fácil, pues tenemos la obligación de hacer lo correcto de acuerdo con la Doctrina y los dictados de nuestra consciencia. Para ello, es sumamente recomendable y orientador incursionar en la literatura que nos proporciona la Iglesia en materia de su Doctrina Social, para sentar las bases de nuestras decisiones y acciones en torno a la elección de gobernantes.

Tomamos como base las encíclicas y documentos papales, en especial los que nos han legado S. S. León XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII; algunas fuentes que recopilan la Doctrina Social de la Iglesia, y en particular, una conferencia sumamente ilustradora -de donde surge la idea de este artículo- del Dr. Antonio Caponnetto (2024), titulada La concepción Católica de la Política, que en una de sus partes aborda específicamente este tema.

Aunque están implícitos varios temas sobre gobierno y sus tipos, nos centramos, con algunos conceptos que sirven de referencia, en el tema de la elección del gobernante.

El problema de la democracia en la elección de gobernantes.

La democracia no es un sistema sólido y confiable como nos dicen. Tiene varios problemas que nos permiten dimensionar su fiabilidad, sobre todo si analizamos este concepto a la luz de la doctrina católica.

La Real Academia Española define a la democracia como el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por sus representantes. Ya tenemos un problema de inicio en la definición. Si consideramos el término de soberanía del pueblo, estamos diciendo que lo que diga el pueblo está bien. Esto se contrapone a las enseñanzas del Evangelio. Lo verdadero y lo bueno, lo correcto, no pueden ser sometidos a la soberanía de un pueblo, porque el pueblo, aún actuando bajo la más honesta intención, suele equivocarse. Muchas muestras hay de esto. Basta con revisar el liderazgo de los distintos gobernantes, en todos los niveles de gobierno y todas las esferas nacionales e internacionales.

De aceptar la soberanía del pueblo, estaríamos renunciando a las mismas bases que soporta el orden establecido por Dios; desde el mismo Decálogo, hasta su Doctrina Social, enunciada especialmente por los pontífices de fines del siglo XIX y principios del XX.

Cuando la Real Academia Española habla de que el pueblo ejerce su soberanía a través de sus gobernantes, resulta en la práctica, en un problema mayor. Porque si la democracia se agota en la designación del gobernante, ya en el gobierno, de hecho, se desvincula de los intereses del pueblo. Cada nuevo gobernante llega, no con una agenda dictada por el pueblo, sino con la propia, o la que le dicta su partido, o la que es impuesta desde fuera, por intereses ajenos al pueblo.

Por otra parte, la elección mediante el voto tiene varios de problemas importantes. El primero se debe a la heterogeneidad de los electores y al desconocimiento, de la mayoría de ellos, de los candidatos y sus propuestas. En esta población heterogénea hay un núcleo, más bien pequeño, de personas preparadas, bien informadas, que, en principio, darán su voto al mejor candidato. Pero también hay una parte de la población -la más grande- que poco sabe del sistema electoral y de los candidatos. Y algunos partidos políticos eligen a este sector de la población como su "mercado", lo hacen el blanco de su propaganda, de tal forma que el resultado de la elección corresponde con la decisión de la población poco informada o desinformada. La elección no prioriza el voto consciente, informado y bien razonado, sino el desinformado.

Suponiendo que todos los electores tienen una idea clara de las propuestas de los candidatos, respecto a cómo esperan mejorar la sociedad en orden al bien común. Los diferentes sistemas económicos y políticos hacen residir este concepto en puntos de concreción muy distintos; en el sistema socialista, se manifiesta en el fortalecimiento del Estado; en el liberal capitalista no tiene un equivalente exacto, puesto que antepone el bien individual; y la Doctrina Social de la Iglesia lo centra en el perfeccionamiento moral de la sociedad. Nada tiene que ver el bien común en un sistema u otro… y dadas las tendencias socialistas de los candidatos en nuestro país, parece que estamos muy alejados de lo deseable.

El segundo problema es que buena parte de los votos emitidos no tienen que ver con el candidato y sus propuestas, sino con las estrategias propagandísticas y electoreras de los partidos en disputa por el poder; es decir, a pesar de que algunos votantes tienen plena conciencia del candidato que votan y sus propuestas, la mayoría simplemente se adhiere a la opinión formada por los medios propagandísticos, y al trabajo que realizan sus grupos de base, que laboran para ese fin a cambio de dinero o de promesas.

El tercer problema es que se prioriza la cantidad sobre la cualidad; la cantidad no se correlaciona con el bienestar de la sociedad. El bien común no depende del número, sino de su propia naturaleza; es bien común porque es bueno, deseable. Y no depende de las opiniones de los electores.

Hay otro escollo importante en esta metodología democrática que es necesario señalar. Los sistemas democráticos trabajan sobre la base de partidos políticos. En su mismo nombre expresan una ruptura social, pues implica la división de la sociedad en sectores que son contendientes entre sí. Se supone que la política, para poder alcanzar sus fines, debe estar fundada, en primera instancia en la concordia. Caponnetto (2024) señala a la concordia como la causa formal de la política, mientras que otros autores, como Lamas (2009) la identifican como la causa eficiente. Sin entrar en la discusión de causas, esto significa que la política requiere, para funcionar correctamente, de la concordia. Este concepto es definido por la Real Academia Española como: armonía, unión, acuerdo, consenso, avenencia, paz, reciprocidad, compañerismo, cordialidad, camaradería, amistad, hermandad, fraternidad. La política requiere de la unidad, si es que aspira a conseguir de fines concretos y centrados en el bien común.

Pero los partidos políticos, desde su mismo concepto y su razón de ser, son contrarios a la armonía, la unidad, la paz, la cordialidad; es decir, los partidos rompen la concordia que debe existir en la sociedad. Como su nombre lo indica, parten o dividen a la sociedad.

Un problema más. El llamado gobierno del pueblo o poder del pueblo, en la práctica poco tiene que ver con el pueblo. La posibilidad de que un ciudadano común y corriente sea elegido por el pueblo para gobernar es prácticamente nula. Aunque la ley permite candidatos independientes, para que realmente pueda contender, tiene que estar afiliado a un partido político. Y los partidos políticos son organizados y en buena parte financiados por gente poderosa, con intereses, que aspira a tener algún tipo de influencia o de beneficios con su participación en la política. Por ejemplo, en México, si un candidato sin partido quisiera contender para la presidencia, de entada y solo para el registro, tiene que reunir un millón de firmas, cosa que resulta imposible si no se tiene una estructura, los recursos materiales y financieros, y una organización de apoyo. Dicho de otra manera, nuestro sistema rebasa el concepto de democracia, para convertirse en una plutocracia, donde el poder y las decisiones se centralizan en los poderosos, en los ricos.

Un sexto problema que necesario considerar. Si bien la definición de democracia hace mención a una acción positiva, en el sentido de que el pueblo puede elegir a sus gobernantes, el problema real, es que hemos tenido que considerar el voto desde una perspectiva negativa. Parte importante de los votantes está pensando, no en términos de quien es el mejor candidato, sino cuál es el menos malo. Frecuentemente los votos se orientan en ese sentido. Optamos por el mal menor, ya sea sumando nuestros votos a un partido con el que no compartimos su ideología o sus propuestas, intentando que otro, considerado peor, no gane. También es frecuente que se asocie con el llamado voto de castigo, que se aplica votando por un partido político diferente del que ha gobernado mal; con tal que el anterior no repita en el poder.

Finalmente, en una concepción católica del gobierno, es necesario distinguir entre la forma en que se elige al gobernante y la autoridad o poder que de esa elección resulta. Independientemente del sistema de elección de gobierno, el poder o autoridad no es conferido por el pueblo, sino que el poder viene de Dios. Desde luego, cuando la elección se lleva a cabo de manera justa y honesta. Pero el poder viene de Dios. Cuando Pilato interroga a Nuestro Señor, durante su juicio, el jueves previo a su muerte, dice: ¿A mí no me hablas?; pues ¿no sabes que está en mi mano el crucificarte, y en mi mano está el soltarte? Respondió Jesús: No tendrías poder alguno sobre Mí, si no te fuera dado de arriba (Jn. 19, 10-11).

Así vista, la democracia no es precisamente el sistema que nos presentan como el mejor, el óptimo, el infalible, al grado que es una verdadera ofensa considerar a alguien como antidemocrático. Bueno, la Iglesia no es democrática, pues está conformada en una estructura jerárquica, tal y como lo indicó su Fundador.

Caponnetto, en su conferencia mencionada, cita a Pío XI, quien considera a la democracia como sinónimo de mentira. Y tiene razón.

En Ubi Arcano, Pío XI sostiene y manda que es necesario hacer valer los derechos todos de Dios, lo mismo sobre los individuos que sobre las sociedades y también que hay que destruir con buenas armas el germen de la Revolución moderna: disipar y reparar la primera y principal causa de toda rebelión y de toda revolución: es decir, la rebelión contra Dios (Alvear Téllez, 2022). Y la democracia atenta contra los derechos de Dios.

Referencias:

Alvear Téllez, J. (2022) La doctrina política de Pío XI: una interpretación antimoderna. Revista de Estudios Jurídicos No. 44. Valparaíso. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-54552022000100769

Caponnetto, A. 13 de enero de 2024. La concepción católica de la política. Ciclo de conferencias Restaurar la familia cristiana. Sapientia. https://www.sapientia.org.mx/dr-antonio-caponnetto/

Lamas, F. A. (2009). La concordia política: La causa eficiente del estado. UCA. https://www.viadialectica.com/material_didactico/concordia_politica.pdf

Pío XI. Encíclica Ubi Arcano Dei Consilio, del 26 de diciembre de 1922. Santa Sede. https://www.vatican.va/content/pius-xi/en/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19221223_ubi-arcano-dei-consilio.html