LA CORREDENTORA: UN DOGMA POSTERGADO POR RAZONES ECUMÉNICAS

07.11.2025

Un análisis crítico sobre la resistencia papal a un dogma mariano

EL FUNDAMENTO HISTÓRICO DE UN TÍTULO ANCESTRAL

La tradición de reconocer a la Virgen María como Corredentora hunde sus raíces en los primeros siglos del Cristianismo. Desde el siglo II, Padres de la Iglesia como San Ireneo de Lyon establecieron los cimientos teológicos de esta creencia al presentar a María como la "Nueva Eva" que, mediante su obediencia, deshizo el nudo de la desobediencia de la Primera Eva.

Este paralelismo teológico no era una mera metáfora, sino una profunda comprensión del papel único de María en el plan de salvación. Los primeros cristianos entendían que así como Eva había colaborado en la caída, María colaboró de manera esencial en la Redención.

Este entendimiento se mantuvo y desarrolló a lo largo de los siglos, culminando con el uso explícito del término "Corredentora", alrededor del siglo XV. La devoción popular y la reflexión teológica nunca vieron este título como una competencia a la obra única de Cristo, sino como una participación singular y subordinada en ella. La tradición, por tanto, no inventó un nuevo rol para María, sino que reconoció progresivamente lo que estaba implícito en la fe desde sus inicios.

LA TENSIÓN MODERNA VERSUS ECUMENISMO. El peso de las relaciones ecuménicas.

Los últimos tres Papas -Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco-, han manifestado, de diferentes maneras, su reticencia a proclamar este quinto dogma mariano. Las evidencias sugieren que esta postura responde menos a consideraciones teológicas y más a un cálculo estratégico ecuménico, particularmente hacia el mundo protestante evangélico.

  • Juan Pablo II, a pesar de su profunda devoción mariana y de haber utilizado la expresión, evitó dar el paso definitivo. Su pontificado, marcado por intentos de acercamiento a otras confesiones cristianas, probablemente consideró que la proclamación del dogma podría crear una fractura insalvable con las comunidades protestantes, que tradicionalmente rechazan lo que perciben como "excesos" en la Mariología católica.
  • Benedicto XVI, en su etapa como Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, fue explícito al rechazar una petición para proclamar el dogma. Su argumento de que la fórmula "se aleja demasiado del lenguaje de las Escrituras y de la Patrística", parece ser, en el fondo, una concesión a la sensibilidad protestante, que suele basar su teología estrictamente en el principio sola scriptura.
  • Francisco ha llevado esta postura a su expresión más pragmática. Sus declaraciones, calificando las propuestas de "tonterías" y enfatizando que "el Redentor es uno solo", reflejan una priorización del diálogo por encima de lo que él percibe como disputas teológicas secundarias.

Para Francisco, la unidad visible de los cristianos parece pesar más que la definición de una verdad que la tradición católica ha sostenido durante siglos.

EL TEMOR AL MUNDO ANGLOSAJÓN

El énfasis ecuménico de los últimos Pontífices tiene un destinatario particular: el mundo religioso anglosajón, mayoritariamente protestante y evangélico. La globalización y el diálogo interconfesional han puesto a la Iglesia Católica en una posición donde debe negociar sus tradiciones particulares a cambio de una mayor aceptación y unidad con estas comunidades.

El potencial quinto dogma mariano es visto como un obstáculo formidable. Las iglesias evangélicas, con su fuerte implantación en Estados Unidos y otras naciones de influencia anglosajona, mantienen una visión estrictamente Cristocéntrica que deja poco espacio para una comprensión profunda de la Mediación Mariana. La proclamación del dogma sería interpretada, casi seguramente, como una confirmación de que el Catolicismo se desvía del Evangelio, echando por tierra décadas de diálogo.

JUICIO CRÍTICO: UNA OPORTUNIDAD PERDIDA

Esta postura de los últimos Papas, aunque comprensible desde la realpolitik eclesial, es teológicamente decepcionante y pastoralmente contraproducente.

En primer lugar, subordina la verdad a la conveniencia. La Iglesia Católica siempre ha sostenido en la Verdad Revelada, no en la aceptación del mundo. Si, como sostiene una sólida tradición, el título de Corredentora expresa una verdad sobre el papel de María en la Redención, postergar su definición dogmática por miedo a las reacciones adversas, equivale a un acto de falta de fe en la propia identidad. La misión de la Iglesia es proclamar la verdad, no negociarla.

En segundo lugar, menosprecia la inteligencia de los hermanos separados. Un diálogo ecuménico auténtico no puede basarse en ocultar o suavizar las diferencias, si no en exponerlas con claridad y caridad, confiando en que la verdad presentada con amor, puede iluminar, incluso, a quienes inicialmente la rechazan.

La actitud actual sugiere una visión paternalista hacia los protestantes, asumiendo que son incapaces de comprender la profundidad de la Teología Mariana Católica.

Finalmente, empobrece la vida espiritual de los fieles católicos. El reconocimiento dogmático de María como Corredentora no sería un mero ejercicio teológico, sino un faro que iluminaría la comprensión de los creyentes sobre su propia vocación a colaborar con Cristo en la Redención del mundo. Al privar a los fieles de esta verdad por razones de política eclesial, se les niega una herramienta preciosa para profundizar en su relación con Dios y comprender la dignidad de su propia misión.

CONCLUSIÓN

La Tradición, con casi dos mil años de antigüedad, clama por el reconocimiento de lo que ha vivido y creído. Los últimos Papas, en su "bien intencionado" pero excesivo celo ecuménico, han preferido sacrificar este desarrollo dogmático en el altar del diálogo con el mundo anglosajón protestante. Es hora de que la Iglesia recupere la valentía de sus convicciones y, fiel a su Tradición, proclame sin temor la verdad completa sobre Aquélla que fue llamada "Llena de Gracia". La unidad de los cristianos no se logrará ocultando la verdad, sino, caminando juntos hacia ella.