LA ANUNCIADA REDENCIÓN

02.05.2024

Decíamos en una anterior colaboración, que el mal no existía hasta la rebelión de Luzbel contra el Creador … ¡Ese vapor de soberbia, producto de un ego ofendido! … es el mal, que insufla al pecado.

¡La inteligencia, aunada a un rencor incontrolable es el binomio maligno que nos persigue desde la cuna!

Poco se habla en los círculos cristianos del diablo y sus malditas sugerencias. Como que se soslaya su existencia, pero, hay pocos que se animan a tratarlo como una realidad presente.

¡Sí, existe el diablo! … El mal está presente en nuestra vida, tan presente, que a diario hay que combatirlo, por eso, la Santa Iglesia nos pide estar alertas. La muerte está en el menú de los vivos y hay que combatir a diario contra las sugerencias del demonio.

Éstas están presentes en la vida diaria, desde que amanece hasta que anochece. Básicamente, están adheridas en nuestros instintos que nos da la naturaleza como materia viva y las reglas que la rigen; comer, crecer, reproducirnos y morir … Pero, hay otras que no consideramos, como son la inteligencia y la voluntad, que, están en una esfera superior y que son facultades del alma que compartimos con Dios mismo. Aquí, ¡el pecado es más maligno! … El cuchillo del mal hiere más profundo, ya que caemos en el ámbito del amor propio, la libertad mal encausada, el orgullo y la soberbia. Éstos son los delitos más difíciles de combatir, ya que están a la orden del día.

Jesús, para poner remedio a estos y otros de índole instintivo, se encarnó en una naturaleza humana como nosotros y sintió lo que sentimos, pero, al no haber sido concebido en pecado. Por su impecabilidad e integridad, Cristo no podía pecar, ni se sentirse inclinado al mal, ni a la concupiscencia, pero se sujetó libremente al dolor y a ciertas necesidades humanas, por eso, comprende la naturaleza humana.

No nos iba a exponer al pecado, sin darnos las armas para la defensa. Nos dio la conciencia, la memoria, como referencia y la voluntad, como coraza donde se estrellan las saetas del demonio. Considerando también que estábamos picados por la ponzoña desde el Paraíso, por eso su amor nos facilita la Salvación. Él cargó con la pena que merecían nuestros pecados.

Sólo nos recomendó arrepentirnos de los mismos y dolernos de haberlo hecho, confesarlos a Él que es benevolente y comprensivo y así, en el tribunal de la Confesión, nos perdona … Al buen ladrón lo perdonó en el patíbulo, pero nosotros, no hay que esperar hasta la última hora, sabiendo que una vida en Gracia de Dios es una bendición para el espíritu y la carga se hace más ligera.

Así que ¡alegraos!, Cristo Jesús ya pagó la pena, por nosotros: Él ya cargó con la ignominia de todas las generaciones hasta el fin de los tiempos.

Y sólo nos queda hacer una pequeña parte, pero indispensable:

¡Vivir en la Gracia que Cristo, Nuestro Señor nos alcanzó!

¡Alégrate!