EL LATIDO DE NUESTRA PATRIA

01.09.2025

Septiembre es más que un mes. Es un suspiro profundo del alma mexicana, un canto que se eleva desde el corazón de la tierra hasta el cielo que nos cobija. Es el tiempo en que la historia se hace presente, en que la memoria se viste de gala, y en que el espíritu nacional se enciende como antorcha viva. Es el mes en que la patria se viste de verde, blanco y rojo, colores que no solo ondean en nuestras banderas, sino que viven en nuestra sangre, en nuestra Fe, en nuestro espíritu.

Celebramos la independencia, sí, pero también celebramos el milagro de la unidad. Porque México nació del encuentro, del mestizaje, de la fusión de mundos que se miraron con asombro y con Fe. Somos hijos de la tierra que nos vio nacer y del cielo que nos guía; de la sangre indígena que nos arraiga con nobleza y del alma española que nos legó la lengua, la cultura y la Fe. En nosotros vive el espíritu de una civilización cristiana que encontró en la cruz su punto de encuentro y en la Santísima Virgen su consuelo. La hispanidad no es solo herencia: es comunión, es historia compartida, es el latido profundo de dos pueblos que, al encontrarse, dieron vida a una nación con alma eterna.

Celebramos la independencia, sí, pero también celebramos el verdadero patriotismo: aquel que no se limita a palabras, sino que se manifiesta en actos de valor, en gestos de unidad, en la defensa de nuestras raíces. Recordamos a los héroes que encendieron la llama de la libertad, pero también a quienes la sostuvieron con dignidad. Agustín de Iturbide, con la entrada triunfal del Ejército Trigarante, no solo selló la independencia, sino que dio forma a un México que nacía mestizo y orgulloso. Fue el inicio de una nación que, bajo el estandarte de la Fe, encontró su identidad. Porque no hay símbolo más profundo que el manto de la Santísima Virgen de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América. Ella, que apareció mestiza, nos recuerda que la unidad no es uniformidad, sino comunión. Que la diversidad es riqueza, y que la Fe es el puente que nos une.

Las advocaciones de la virgen en Europa y América nos hermanan en lo espiritual, como la tierra nos hermana en lo humano. México es tierra bendita, privilegiada no solo por su geografía exuberante, sino por la protección divina que lo envuelve. Verde, blanco y rojo: colores que no solo representan esperanza, unidad y sangre, sino que narran nuestra historia, nuestra lucha, nuestro amor por la patria.

Ser mexicano es llevar en el alma el canto de los volcanes, el susurro de los mares, el aroma del maíz y el fuego del corazón. Es ser parte de un pueblo que trabaja, que sueña, que se levanta una y otra vez. Que da la mano cuando se necesita, que comparte lo poco y celebra lo mucho. Es mirar al otro como hermano, como compatriota, como reflejo de uno mismo.

La unidad nacional no se impone, se cultiva. Se construye en cada gesto de respeto, en cada acto de solidaridad, en cada palabra que honra nuestras raíces. En septiembre, celebramos no solo nuestras fiestas, sino nuestra capacidad de ser uno solo en la diversidad. De norte a sur, de este a oeste, México es un mosaico de culturas, de lenguas, de tradiciones… pero un solo corazón.

Que este mes patrio sea un llamado a la reconciliación, al orgullo, a la gratitud. Que recordemos que la patria no es solo tierra, sino también espíritu. Que ser mexicano es un privilegio, una responsabilidad, y sobre todo, un acto de amor.

Porque México vive en cada uno de nosotros. Y mientras haya un mexicano que ame, que crea, que luche y que rece… México vivirá.