¡EL GUSTO QUE ME DA!

No siempre se escribe por gusto, pero el tema obliga con gusto o sin él. En este caso, es por puro gusto y el tema es el gusto que me da compartir el gusto que tengo al haberme levantado con un gusto que es un verdadero gusto porque habla del amor de Dios por nosotros.
Sin el amor de Dios, no existiríamos y Dios ni cuenta se daría. Hay que entender que las cosas, el universo y las personas existimos por un fenómeno de amor. Y al darme cuenta de esto, mi corazón saltó de gozo, porque sentí el amor de Dios por mí como un sentimiento sólido que se pudiera cortar.
Fíjense: ¡sin necesidad! Dios no ocupa ovaciones, ni de creatura alguna para existir; no ocupa de nosotros. Él es Dios, siempre amado en el seno trinitario. Pero ese amor compartido con el Verbo y el Espíritu Santo, irradió fuera de Él y las cosas existieron. Entonces, Dios se ocupó de ello, ya que fueron creados por amor.
Desde entonces, su Providencia nos ha protegido, y techo, vestido y sustento, no nos han hecho falta.
El hombre, con su egoísmo, y abusando de la bondad divina, pone trabas, muros, abismos para que su amor no llegue a nosotros. Toda la historia de la humanidad es una historia de rebeldía. Él, conociendo el corazón humano, nos puso líneas para normar nuestros asuntos y nos dio el maravilloso edificio de las 10 columnas o Mandamientos, que luego suavizó con el Sermón de la Montaña. Con esto bastaba, pero fue más allá: su divino Hijo nos redimió de nuestros pecados, de nuestras rebeldías, de todo lo feo que produce el mundo. Y nos dio, entonces, la Confesión.
Y así como lo hizo con el buen ladrón, nos escucha y nos perdona; sólo basta arrepentirnos de corazón y pedirle su perdón. Esto me dio mucho gusto, pero ¡tanto!, que no me aguanto.
Lo quise compartir… ¡Esta certeza hace que uno brinque de puro gusto!