¿MÁS ALTO, MÁS RÁPIDO, MÁS FUERTE? EL DÍA QUE SE PERVIRTIERON LAS OLIMPIADAS
Acabamos de presenciar un espectáculo por demás decadente, sacrílego y de mal gusto. Solo unos pocos ignorantes -o mercenarios ignorantes- se han atrevido a ensalzarlo: La inauguración de las Olimpiadas de París 2024.
Tristemente nos hemos encontrado con la peor caracterización de una atleta. El atleta olímpico, retratado en el tradicional lema de las olimpiadas, Altius, Fortius, Citius (más alto, más fuerte, más rápido) ha sido cambiado por un hombre disfrazado de mujer y por unos grupos de hombres y mujeres ataviados con las prendas más denigrantes de la moda parisina. El tema central fue una burla contra la religión católica y contra Nuestro Señor Jesucristo. Se representó una parodia malograda de la Última Cena; pero no fue la única burla, se adoró también al becerro de oro y hubo escenas de otros pasajes bíblicos.
La premeditación del evento y su significado fue evidente. Hasta los mismos organizadores lo reconocieron, y han salido a defender su "libertad de expresión". No sólo fue sacrílego, sino un acontecimiento propiamente demoniaco. Un evento que se declara neutral -en cuanto a temas religiosos- ha demostrado su parcialidad burlándose de los más sagrado para la única religión de origen divino y la mayor, en cuanto a número de adeptos, del mundo. No se puede admitir la neutralidad en un evento de este tipo, que inicia con un contenido antirreligioso. No es lo mismo ser a-religioso que anti religioso, ¿Y quién es el enemigo de Dios, que quiere perder el alma de los hombres? Satanás. Por eso el evento se convirtió en una manifestación religiosa, pero a favor de los demonios.
Tengamos por un hecho que la ira de Dios habrá de manifestarse pronto, pues ha recibido una burla a nivel mundial, vista y escuchada por todo el planeta; y nosotros, sus habitantes, sufriremos por esta infamia. Después de esto, los católicos debemos hacer penitencia, pedir a Dios que nos perdone y que su santa ira sea más misericordiosa con nosotros. Pero si somos realmente testigos de nuestra fe, como corresponde a cualquier cristiano, lo menos que podemos hacer es manifestar nuestra inconformidad por esta grotesca pantomima, por esta insana representación que ha contaminado aún más al ambiente social en el que vivimos. Y nuestra sociedad, salvo pocas excepciones, se ha tragado el veneno sin apenas digerirlo…
Mucho hay que decir de esta nefasta representación. Pero, aunque la rabia nos nubla la razón, intentaremos calmarnos para hacer algunas reflexiones.
Hasta hace pocos días esperábamos la llegada de este evento deportivo, que menguara el cúmulo de malas noticias que nos abruman en la actualidad: las guerras con su carrera armamentística, las crisis económicas y el hambre, la persecución a los cristianos, y con todo esto, un mundo a punto de explotar. Se supone que las olimpiadas nos mostrarían lo mejor del hombre, en cuanto a su disciplina, sus destrezas, y su esfuerzo. Lo mejor, desde un punto de vista humano. Aunque frecuentemente, en estos eventos, alcanzamos a apreciar algunas chispas de la grandeza espiritual de los atletas. Pero lo que nos han mostrado es la antítesis del atleta. Nos preguntamos en qué competencia podrían participar estos esperpentos. No hay ninguna competición para la que sean aptos. Todavía no se incluye el pecado como disciplina olímpica.
En el hombre, con el desarrollo de sus dimensiones física, social, moral y espiritual, cuando se combinan armónicamente, lo hacen mejor hombre y mejor atleta. No puede ser de otra manera. No podemos imaginar a un atleta, campeón en una disciplina, en el que su desarrollo físico y social esté en discordancia con su desarrollo moral y espiritual. Pudiera haber alguna excepción, pero el deporte de alto rendimiento exige estas virtudes, que le dan la fortaleza y resistencia para triunfar.
¿Qué es lo que vimos en esta presentación de la Olimpiadas? ¿Hombres y mujeres virtuosos? ¡No! Lo que vimos es lo peor que hay en el hombre, al hombre de instintos, que lo asemejan a las bestias. Lo único que vimos fue una invitación a la perversión, al pecado.
La Francia que se presume como el país de la libertad, ahora se ha convertido en la nación de la esclavitud, que presume, con una falsa alegría, sus cadenas que lo atan al pecado.
Los organizadores se han justificado diciendo que en Francia hay libertad de expresión, y por ello, pueden hacer los que quieran. Se han olvidado de un principio -muy humano, que no incluye a la justicia divina- que dice que la libertad de una persona termina donde empieza la libertad del otro. Pero ellos dicen ser libres, aunque su "libertad" afecte a los demás. ¿Y los demás no tenemos libertad? Hoy por la mañana un bloguero exatleta, que incluso tuvo la fortuna de llevar la antorcha olímpica, manifestaba su inconformidad porque, en su presentación de ayer, subió un programa donde hacía una crítica, bien hecha y documentada, sobre el evento de inauguración. Pero el mismo día de ayer desapareció de las redes sociales. En su lugar apareció un mensaje que decía que el contenido de las olimpiadas tenía derechos exclusivos y que sus opiniones estaban en contra de las políticas de la empresa.
En primer lugar, hay un margen de contenidos que los reporteros y comunicadores pueden utilizar para difundir las noticias. Sin ellos no tendrían noticia. Y eso es completamente legal. No difunden todo el evento ni lucran con ello. Además, ¿dónde queda esa libertad de expresión? Parece ser que sólo somos libres para expresar lo que coincida con el pensamiento único de los dueños de los medios, pero no para decir una cosa distinta.
Si lo que vimos en la inauguración es una representación del "mundo occidental", del mundo que forjaron los grandes pesadores griegos, romanos, y, sobre todo, cristianos, estamos perdidos. Hemos llegado a un punto de no retorno. Precisamente ahora que los católicos luchamos por conservar el Depósito de la Fe. Si quieren presentar esa imagen como la síntesis del pensamiento occidental, es obvio que caminamos, como cultura, a un pozo oscuro y sin fondo.
Para los que hemos pasado ya la línea media de la vida, poco nos queda por ver de este terrible futuro. Pero ¿Qué será de nuestros hijos y nietos? ¿Qué mundo les estamos dejando? El solo pensarlo hace que nuestros ojos se nublen con lágrimas de dolor y de temor; el dolor por imaginar el camino que les toca recorrer en medio de este pantano de decadencia y corrupción; el temor, porque ninguna ofensa como ésta que ha recibido Nuestro Dios y Señor, queda sin castigo. Y a ellos sin duda, y probablemente también a nosotros, nos tocará sentir el brazo de su justicia.
Piedad y
perdón, es lo que pedimos. Necesitamos mover la misericordia del Señor con
oraciones y sacrificios, en señal de penitencia. Pero también tenemos que dar
testimonio, demostrar evidentemente nuestro rechazo a esta infame burla y a sus
organizadores. Además de difundirlo con nuestros familiares, amigos, y redes
sociales, necesitamos que la sociedad sepa que los católicos estamos
indignados. Hay muchas formas de hacerlo. Pero hay una que, sin duda, ha de
dolerles: pegarles en el bolsillo. Ellos se hacen ricos cuando vemos los
eventos mediante la televisión, el internet y otros medios de comunicación. Con
ese dinero financiaron esta horrenda puesta en escena. Además de las oraciones
y penitencia, yo ya me he comprometido a no ver ningún evento olímpico. Los
invito a hacer lo mismo.