¿Es "La sociedad de la Nieve" una película cristiana?
Esta pregunta ronda por sobre la cabeza de no pocos cristianos que, aficionados al séptimo arte, comprueban que cada vez son menos los filmes que gozan de tal característica.
Tanto es así que incluso un servidor ha tenido la oportunidad de leer algunos artículos homónimos que intentan resolver igualmente esta misma cuestión. En ellos, debo decir, se responde que sí, pues su guion está salpicado por retazos de nuestra fe (es lógico: los verdaderos protagonistas eran cristianos); sin embargo, yo debo responder que no, porque tales salpicaduras son meras fatamorganas de una fe que, en el fondo, brilla por su ausencia. Veamos el porqué.
Antes de empezar, sin embargo, y aunque huelgue decirlo —probablemente ya no haya nadie que ignore su trama—, quizá sea conveniente que nos asomemos al argumento del película. La sociedad de la nieve pretende ser una recreación (supuestamente, al dedillo) de los acontecimientos que se sucedieron tras el trágico accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la cordillera de los Andes. Un exiguo grupo de personas —en su mayor parte, jóvenes miembros del club de rugby Old Christians— sobrevivió a semejante tragedia y tuvo que hacer lo posible por mantenerse con vida durante más de dos meses, pese a las inclemencias del tiempo. En el ínterin, por supuesto, padecieron multitud de desgracias, hasta que finalmente alguien dio la voz de alarma y pudieron ser rescatados (a estas alturas, no creo que esto sea un spoiler).
No es la primera vez que esta historia ha sido llevada a la pantalla grande. En este sentido, todo aficionado —incluso el que no lo sea— recordará la película ¡Viven! (Frank Marshall, 1993), que hasta hoy ha sido el título de referencia; sin embargo, antes de esta, el cine mejicano nos regaló Supervivientes de los Andes (René Cardona, 1976), rodada tan solo cuatro años después de la tragedia (o del milagro, como también es conocido este hecho). Asimismo, podemos ver varios documentales de muy buena manufactura, entre los cuales yo destaco Náufragos. Vengo de un avión que cayó en las montañas (Gonzalo Arijón, 2007), porque está protagonizado por los auténticos supervivientes y cuenta con testimonios impresionantes (y de primera mano) sobre lo que allí vivieron. A pesar de esto, el largometraje de Bayona pretende ser el nuevo relato oficial de la hazaña, contando para ello —como señalamos antes, "supuestamente, al dedillo"— el día a día de aquella "sociedad de la nieve".
¿Por qué me empeño en resaltar que el filme, supuestamente, procura ser un reflejo fiel de la realidad? Porque, en el fondo, muestra tan solo la tragedia aérea y la hazaña de supervivencia humana —que, sin embargo, ya es decir bastante—, pero se conforma con rasgar el verdadero paladión que mantuvo unida a este grupo de personas: la fe cristiana. En efecto, si uno ve los documentales anteriormente citados o la cinta ¡Viven!; si uno lee el libro en el que esta última se inspira, o si uno se acerca a los múltiples testimonios videográficos que podemos encontrar en la red, se dará cuenta de que el denominador común de todos ellos es la creencia en Dios: que este, a pesar de haber permitido semejante desgracia, los cuidó con mano providente. Tanto es así que muchos de los que sobrevivieron incluso se atreven a hablar del "pasajero número 17", que era Jesucristo mismo, al que algunos aun afirmaban ver en medio de la nieve (el propio Nando Parrado defiende que él los guio en su expedición final a través de la cordillera andina).
Pues bien, por desgracia, nada de esto sale en el largometraje que nos ocupa. Sí, es verdad que a veces mascullan un padre nuestro o que uno se atreve a desgranar un rosario —rezando (no sin aparente fanatismo) unos apresurados avemarías—, y es igualmente cierto que se aluden a algunos pasajes del Evangelio —la máxima: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» adquiere un papel preponderante—, pero son elementos por los que el director pasa como por sobre brasas, pese a que fueran hábitos comunes durante los meses que vivieron en las montañas. Como señalábamos arriba, la fe en Dios era tan fundamental que todos las noches rezaban —¡todos juntos!— a la Virgen María, que elevaban súplicas cotidianas mediante una profusión de padres nuestros y que oraban cada día por los difuntos. El colmo llega cuando somos partícipes de un diálogo en el que uno de los protagonistas, Arturo Nogueira, afirma que no cree en Dios, sino en el coraje de sus compañeros…, ¡cuando, en el diálogo real, defiende todo lo contrario!
¿A qué se debe esta omisión?, ¿es acaso voluntaria o simplemente forma parte de la ignorancia religiosa del director, Juan Antonio Bayona? Mucho me temo que lo uno lleva a lo otro. Si repasamos la filmografía del cineasta, nos percatamos de que sus títulos reclaman a gritos una presencia divina que, como indicamos al principio de este texto, brilla por su ausencia: en Lo imposible, por ejemplo, donde la mano de la Providencia es evidente, esta queda desleída en un discurso sentimentaloide sobre el "poder de las estrellas", o en Un monstruo viene a verme, la muerte de una madre es afrontada mediante la creencia en el ciclópeo ser del título, que nada tiene que ver con nuestro Padre del cielo (es más, la muerte es encarada como un neto vacío existencial). Pero ¿Bayona omite esta referencia de manera consciente y voluntaria? Todo apunta a eso: ignorando el significado de la fe, prefiere prescindir de ella para centrarse en el valor de la fuerza humana.
Ello no obsta, empero, para afirmar que nos encontramos ante una gran película, que no repara en medios a la hora de contar la gesta de los Andes —aunque, pensándolo bien, ¿quién no es capaz de hacer ahora lo mismo con un poco de pecunio?— y que, en efecto, potencia los lazos humanos que se establecieron entre los miembros de aquella "sociedad de la nieve"; mas, si nos ceñimos a la pregunta que corona este escrito, no es una cinta cristiana. Bayona no puede soslayar la fe de los protagonistas —sería adulterar hasta el extremo la realidad—, pero esta es afrontada con la perspectiva de aquel que no vibra con ella y que, por ende, no llega a alcanzar su honda importancia. Al final, no deja de ser un relato tras el que subyace el humanismo ateo que nos acogota y que, por definición, abomina de la presencia de Dios, pese a que esta fuese el motor de supervivencia de aquellos héroes andinos.
Por tanto, si tienen la oportunidad de ver La sociedad de la nieve —máxime si es en pantalla grande—, adelante, porque la experiencia cinematográfica es innegable (es verdad que uno incluso llega a sentir el frío en los huesos); pero, si buscan una recreación fidedigna de lo que allí aconteció, quédense con ¡Viven!, que, por incidir en el aspecto cristiano de sus protagonistas, se acerca más a la realidad. Quizás sea un relato demasiado hollywoodense para los tiempos que corren —hoy se prefiere mayor verismo (no exento de morbo truculento) en el cine—, pero goza de mayor veracidad, porque no tiene ningún complejo a la hora de hablar abiertamente de Dios. Eso sí, me habría encantado que se hubiera hecho mención al misterioso "pasajero número 17" del que los supervivientes hablan y en el que muchos vieron al mismísimo Jesucristo.
Por Paterjm Infovaticana