TÚ REINARÁS

21.03.2024

Uno de los signos de la Iglesia Católica, a través de los siglos, ha sido la persecución constante, viniendo ésta de los judíos mismos que no quisieron reconocer en Cristo Nuestro Señor al Mesías esperado, sobre todo al verlo sin poder material, con un puñado de seguidores, muchos provenientes de sectores muy humildes de la población; además, a los sacerdotes les pareció un farsante de acuerdo a lo que ellos esperaban y ansiaban: un líder con poder material, con un ejército capaz de enfrentarse a los mismos romanos y que reivindicara al pueblo de Israel ante las afrentas sufridas por tal imperio.

En sus primeros años de ser introducido al Imperio Romano, éste desata una persecución en contra. Los primeros años de su existencia y expansión, fueron de mucho sacrificio y de dolor por tal causa, pero la Fe y celo por servir al Dios de bondad, cuya verdad se les acababa de revelar, fue de tal magnitud que con gusto aceptaron el sacrificio. Con este hecho nos percatamos de otra constante en la Cristiandad: la sangre de los mártires derramada por amor a Jesucristo son semillas que multiplicarán a los creyentes.

Después, será el mismo Imperio Romano el vehículo por el que se extenderá el Cristianismo por el mundo entonces conocido; los Apóstoles toman diferentes rumbos para predicar la Buena Nueva y muchos de ellos pagan con su vida misma las prédicas que a algunos les resulta incompresibles, eso de "poner la otra mejilla", de "perdonar a los que nos ofenden", de responder con amor a los que nos odian. Aún ahora, no es nada atractivo para el hombre soberbio, antiguo y actual.

Y justamente fueron esas "armas", amor y perdón al prójimo, dadas por Dios, con las que los primeros Cristianos fueron venciendo a los enemigos de su tiempo y si se vieron en la necesidad de hacer la guerra, fueron "Guerras Santas", pues defendían a la Cristiandad misma. Las luchas contra los musulmanes fueron de tal magnitud e importancia que de ellas dependían la supremacía de las creencias Católicas. La Batalla de Lepanto, por mencionar solo una, fue realmente trascendente pues de haberse perdido, el destino de Europa y la Cristiandad misma hubiera sido otra totalmente distinta; gracias a Dios se derrotó a los musulmanes, impuestos a imponer sus creencias a punta de espada.

La persecución de los católicos en Francia, en plena revolución, los gloriosos campesinos de la Véende en 1793 se rebelan contra el gobierno revolucionario que relegaba a la Iglesia Católica. Lo mismo en nuestro México, cuando el gobierno masónico intenta prohibir el culto católico, los cristeros, el pueblo llano, se levanta en armas ante tal injusticia y, como siempre, Dios premia al pueblo que produce hijos profundamente creyentes y dispuestos a morir por su Fe. La sangre de los mártires franceses cómo mexicanos dieron a la Iglesia libertad para seguir rindiendo tributo al Rey de Reyes.

Las persecuciones que están sufriendo nuestros hermanos católicos nicaragüenses, bajo la dictadura comunista encabezada por Daniel Ortega, y de varios países de mayoría musulmana, es tan solo un eslabón más de la larga cadena, ya milenaria, de intentos por acabar con la Iglesia Católica. Pidamos por nuestros hermanos perseguidos para que no claudiquen y sí así fuera, tengamos la certeza que de ahí surgirá, con fuerza renovada, nuestra Fe.

No tengamos miedo a los que matan el cuerpo; temamos a los que intentan matarnos el alma, con ideas tan antiguas como el "maligno" mismo: "no temáis si comes del fruto prohibido, seréis como dioses". Señor Nuestro Jesucristo, con humildad te decimos: ¡ "Tú reinarás" por siempre !