AÑORANZA
Cristóbal Ortega L.
Sentado en su sillón preferido y en la sala de su casa, Don Fidencio recuerda con mucha nostalgia su pueblo, su ranchito, los animales, desde las mulas con que araba su tierra hasta las gallinas que les proporcionaban huevos y de vez en cuando sacrificaban un pollo para hacer su mole y festejar algún acontecimiento importante de la familia. También viene a su mente el día en que su cuñado Felipe los visitó y lo convenció de irse a la ciudad, por lo bien que se vive y todas las oportunidades que se encuentran en la ciudad, las comodidades, escuelas para los hijos, etc., tal como él lo había hecho. Si esa platica no la hubiera escuchado Beatriz, su esposa y hermana de Felipe, casi es seguro que no hubiera vendido el ranchito heredado de su padre, sus vacas, borregos, marranos, etc. para irse a la ciudad.
Beatriz siempre ha sido su mayor apoyo, lo medita Don Fidencio y lo reconoce, pero también sabe que Felipe la convenció y luego, "bajita la mano" y poco a poco, lo fue convenciendo de irse a vivir a la ciudad. Claro que su cuñado había hablado con él solo para dejar sembrada la idea y Beatriz se encargaría de irlo trabajando. Ella lo hacía por buscar un mejor futuro para sus hijos y dejar de tener tantas necesidades. Además, veía todo el trabajo de Fidencio y de ella misma, para poder sacarle una cosecha muy modesta a la tierra, aun cuando era bueno el temporal de lluvias; cuando era malo, tenían que vender algunas vacas al precio que se los quisieran pagar, sobre todo ese Alfonso que era un abusivo y aprovechado.
Fidencio también recuerda la visita al Señor Cura Villaseñor para que lo aconsejara, ya que le guardaba respeto y cariño, pues fue él quien le ayudó a convencer a don Rafael, papá de Beatriz, a que les permitiera casarse, pero no lo logró. Es cierto que no lo aconsejó a que se "robara a la novia", pero si le dijo: "Yo sé que estás pensando en robarte a Beatriz, no es que te lo aconseje, pero si lo haces tendrás que depositarla en una casa decente, cómo por ejemplo con doña Dolores, la esposa de Agustín; son una familia muy honorable y así evitarás murmuraciones en el pueblo y guardarás el honor de tu novia. Lo hizo tal cual, y a su querido suegro no le quedó de otra, aceptar los hechos. Por lo antes dicho Fidencio le pidió consejo al Señor Cura ante aquello que lo inquietaba: ¿Sería mejor la vida en la ciudad? ¿Vender todo? Y ¿Si no resulta?
No es que le haya ido mal, pero sí tuvo que trabajar duro y con la ayuda de su esposa, ahorrar hasta el último centavo. Comenzó trabajando de ayudante de albañil y rápido el Inge le dio la oportunidad de ser "maistro de media cuchara" y a los seis meses ya era "maistro albañil" esto se traducía en mejor sueldo y mejor trato, trabajaba como el que más y los ingenieros de la constructora le siguieron dando mayor responsabilidad, aprendió a leer los planos, sugerir mejoras; aprendió también electricidad y fontanería. Beatriz, en la casa con las criaturas, trataba de adaptarse a las nuevas necesidades y estar al pendiente de la escuela de los hijos -ya cinco para entonces- y hacer las compras en la tiendita de la esquina, la carnicería, verduras etc.
Beatriz le dijo a Fidencio que había escuchado en la tortillería, que el Sr. Melquiades, un comisario ejidal, estaba vendiendo lotes. ¡¿"Elotes"?¡ pregunta Fidencio. ¡L o t e s! y, como siempre, la sugerencia de su esposa se convirtió en realidad. El lote que compraron es donde ahora está su casa, él mismo la construyó de poco a poquito. De las comodidades que hoy gozan no existían en un principio, ni agua potable, ni luz eléctrica, menos drenaje, las calles se convertían en ríos de agua y lodo en los meses de lluvia; los niños cuando regresaban de la escuela llegaban todos llenos de lodo, en parte por las circunstancias y en parte por las "guerritas" cuyo proyectil preferido era un puño de lodo. Si la colonia tiene muchos servicios públicos se debió a las peticiones a los políticos que en campaña los visitaban para pedirles su voto, casi ninguno se volvía a parar y otros, menos les cumplían, pero fue así como poco a poco las cosas mejoraron.
Don Fidencio sigue sentado y sigue evocando recuerdos de buenos y malos tiempos, como cuando los ingenieros le dieron la oportunidad de ser "maistro de obra" primero, encargado de unos cuantos albañiles y luego cuando le dejaban a su cargo edificios completos, de "pe a pá". Pero también estaba muy grabado en su mente le vez que Beatriz se le puso muy enferma, ya no la contaba, pero gracias a Dios y los ingenieros que lo recomendaron con los médicos del hospital del Seguro Social todo quedó en un susto. El error que Fidencio había cometido, a pesar de haber hecho sufrir a su Beatriz, pero se lo perdonó con condición de por medio: "Vuelves a las andadas y adiós a hijos y esposa". Los problemas con sus hijos pequeños consistían en enfermedades sencillas pues a los tres días los niños ya andaban corriendo y jugando, pero crecieron y con ellos los problemas. Las amistades de Rafael, el mayor de los hijos, lo fueron cambiando y en un abrir y cerrar de ojos comenzó a llegar tarde y tomado; hubo muchas noches de desvelo y angustia por no saber dónde y con quien andaba. Llegó el día que lo tuvieron que ir a sacar de la cárcel por un delito menor. ¡Puro sufrimiento! ... "Si nos hubiéramos quedado en el pueblo nada de esto pasaría", se decía para sí mismo.
Beatricita y Teresa fueron buenas niñas, muy estudiosas, siempre atentas con sus padres, hasta que comenzaron a querer tener novio. Fidencio no quería cometer el error de Don Rafael, su suegro -que Dios lo tenga en el cielo- y les permitía que sus amigos visitaran a sus hijas; podían ir algún centro comercial y en ocasiones hasta ir a la "disco". De verdad que no había razón para que Beatricita saliera con su domingo siete, pero así fue. ¡Qué de pena y vergüenza! Su hija tan consentida y así les pagaba; el muchacho respondió y ahora ahí la llevan. Tere y los otros dos hijos terminaron su universidad, no han encontrado trabajo de su profesión, pero ya están encaminados. Suspira profundamente Fidencio... ¡"Qué buena esposa y compañera es Beatriz"! -se dice para sus adentros-, siempre atenta con él y con sus hijos, siempre al pendiente de sus estudios, de sus compañías. Aprendió la lección cuando lo de Rafaelito. Cada domingo cargaba con todos hasta con Fidencio, para ir a Misa; gracias a ella todos los hijos hicieron su Primera Comunión y de vez en cuando lograba que alguno o alguna se confesara.
Pocas veces pudieron regresar a su pueblo, de recién casados iban con mayor frecuencia y cuando lo hacían, Fidencio nunca quiso convencer a nadie de que se fuera para la ciudad, como Felipe lo hizo. Apreciaba y entendía perfectamente que las cosas habían mejorado mucho para su familia, pero si se hubiera quedado en su pueblo a lo mejor estaría igual o mejor que Pedro, su hermano menor quien, con un trabajo intenso y mucho ahorro tenía un buen rancho, con pozo artesiano, con vacas y sala de ordeña; producía la pastura para sus animales, todos sus hijos le ayudaban y vivían decorosamente y con planes de comprar más tierras. Algo que Fidencio apreciaba y quizá envidiaba, la inocencia y libertad que veía en el matrimonio de su hermano y sobrinos.
A Don Fidencio lo acompaña Beatriz, teje en silencio, con dificultad se levanta al escuchar el golpe inconfundible de unas puertas de vehículo que se cierran. El primero de sus hijos acaba de llegar; es domingo y esperan, como ya es costumbre, a todos hijos, hijas, yernos y nueras y por supuesto a los inquietos nietos. Lo primero que hará es preguntarles si ya fueron a Misa, si ya le dieron gracias a Dios por todo lo que les ha mandado, gustos, alegrías o sufrimientos. Don Fidencio hace lo mismo que su esposa Beatriz les enseñó: que siempre se tiene que ser agradecidos con el Señor ¡Si lo sabrán ellos!